

Por: Bache3000
El pibe no estaba desaparecido. El pibe —28 años, un cuerpo, una vida, una familia— estaba ahí: tan cerca, a dos pasos. Mientras media ciudad lo buscaba.
Cinco días. Cinco días de rastrillajes, de perros que olfatean rastros humanos, de gendarmes y policías y bomberos voluntarios que recorren senderos. Cinco días para encontrar a Lucas Mondino cerca del cerro Otto, ese que tantos turistas suben para mirar desde arriba, para sentirse dueños de un paisaje.
El operativo fue gigante: el Estado desplegándose. La Policía de Río Negro, el COER, la brigada de canes, el SPLIF, Parques Nacionales, Gendarmería, Prefectura. Nombres, siglas, uniformes, botas que pisan el mismo suelo. Y después lo privado: el Club Andino, esos que conocen cada piedra, y hasta una empresa de seguridad de Arelauquen —ese pedazo de tierra cercada donde los que pueden pagan para separarse.
Lo encontraron junto a sus cosas, las mismas que habían captado las cámaras el lunes de madrugada. Máquinas que vigilan, que registran movimientos. La sociedad del control que a veces sirve para algo más que para controlar.
¿Por qué se fue? ¿De qué escapaba? ¿O a qué iba? No lo dicen. No importa: lo devolverán a la normalidad. El fiscal ya lo entrevistó, ya conversó con la familia, ya ordenó que lo lleven al Hospital Zonal para revisarlo. El dispositivo funciona, la maquinaria estatal restaura el orden.
Mientras tanto, la ciudad sigue. Los turistas suben al Otto, sacan fotos del lago, comen chocolate. La vida normal. Y en algún lugar, una familia respira aliviada porque recuperó lo que estaba a punto de perderse: una historia, veintiocho años de recuerdos, de mañanas y noches, de peleas y abrazos.
Encontrar es una forma de volver a nacer.