

El intendente Walter Cortés había prometido un espectáculo superior "con menos costo". Palabras que ahora flotan en el aire frío patagónico como vapor de chocolate caliente. Porque los números cantan otra melodía: 270 millones de pesos contra los 90 millones que costó la edición anterior. Tres veces más. Matemática simple que contradice la retórica oficial.
"Podemos hacerla mejor sin los costos elevados", había dicho Cortés al inicio del evento. Y mientras pronunciaba esas palabras, se omitía que se había aprobado una inyección extra de 50 millones desde el Emprotur porque el presupuesto original —ya inflado— no alcanzaba. El Secretario de Turismo, Sergio Herrero, necesitaba más fondos. Siempre se necesita más.
En Argentina los millones ya no impresionan. Pero hay una cifra que sí estremece: un millón de dólares. Es lo que el municipio autorizó pagar a la empresa Navtur en una transacción que huele más amargo que chocolate quemado. Un acuerdo extrajudicial sin que ningún magistrado determinara responsabilidades o perjuicios. Una transferencia millonaria que el intendente firmó sin dar explicaciones mientras abogados juegan en ambos lados del mostrador: del lado de la empresa, y del lado de Cortés. De eso, no dijo ni mu. Porque realmente sí salió caro.
Cortés ahora mira hacia adelante. Ya habla de organizar Bariloche a la Carta, otro festival gastronómico icónico de la ciudad. "Se terminó la avivada", dice. "La vamos a hacer nosotros". Palabras que resuenan extrañas cuando los números de la Fiesta del Chocolate todavía sangran en las arcas municipales.
En el país donde la inflación devora presupuestos como chicos al chocolate, esta historia tiene todos los ingredientes del clásico relato argentino: promesas públicas de austeridad que se derriten frente al calor de los gastos reales, transferencias millonarias sin explicación clara, y un silencio espeso sobre lo que todos saben pero nadie nombra.
Mientras tanto, los barilochenses se preguntan cuánto costará realmente la próxima fiesta gastronómica. Que, calro, saldrá de sus bolsillos. Y el misterio del millón de dólares sigue flotando como esos aromas dulces que se esparcen por la ciudad, pero que muy pocos pueden realmente disfrutar.