

Por: Bache3000
La cinta. Las sonrisas. Las fotos. Los aplausos calculados. Bariloche cumple 123 años y el intendente Walter Cortés y el gobernador Alberto Weretilnek caminan —eso dicen los comunicados: caminan— por doscientos metros de asfalto fresco. Doscientos metros que ya fueron inaugurados el 17 de marzo. Doscientos metros. Un símbolo —eso quieren que sea: un símbolo— de progreso, de gestión, de obra pública.
Pero los símbolos, a veces, cuando se repiten, se desgastan.
Es una mañana fría en Bariloche. El viento patagónico recorre las calles del barrio. Las mismas calles que, a unos metros de la inauguración, siguen siendo de tierra. Las mismas que, cuando llueve, se vuelven barrizales imposibles. Las mismas por las que los vecinos —esos que ahora aplauden por compromiso— transitan cada día.
La mitad de la calle está pavimentada. La otra mitad es tierra, polvo en verano, barro en invierno. La obra está detenida hace semanas. Pero eso no importa: hay que inaugurar. El ritual de la inauguración.
(¿Alguna vez te preguntaste por qué los políticos aman tanto cortar cintas?)
La máquina de la Planta de Hormigón —esa que gestionó el propio intendente, eso repiten— estuvo rota. Bache3000 lo informó. Tuvieron que venir técnicos de Agretec a repararla. Mientras tanto, la obra parada, congelada como las mañanas barilochenses.
Pero hoy es día de fiesta. Hoy se celebra, de nuevo, lo mismo.
En marzo fue con Daniel Scioli, secretario de Deportes y Turismo (ver foto). Ahora es con el gobernador. Los doscientos metros son los mismos. El discurso, casi idéntico. "Va a quedar como tiene que quedar", dice el intendente. No aclara cuándo.
Los vecinos de Lera, de Perito Moreno, de Mutisias escuchan. Algunos aplauden. Otros observan, escépticos. Han visto muchas inauguraciones. Han visto muchas promesas. Han visto muchas cintas cortadas en calles que siguen sin terminar.
El asfalto es un espejo negro donde se reflejan las nubes, los funcionarios, las promesas. Doscientos metros de espejo que solo llegan hasta la curva de la calle Paz. Después, la realidad: tierra, piedras, baches, lo cotidiano.
Hace unas semanas, el mismo intendente y el mismo gobernador inauguraron otra calle. Era de tierra (Prayel). Completamente de tierra. Pero la inauguraron igual. El ritual, otra vez.
Las fotos se toman rápido. Las sonrisas duran lo que dura el obturador de una cámara. Los discursos mencionan desagües pluviales, reductores de velocidad, modernización. Nadie dice cuándo se terminará el resto de la obra. Nadie explica por qué se inaugura dos veces lo mismo. Nadie menciona las semanas de máquinas paradas.
Bariloche cumple 123 años. Sus calles, muchas, siguen como hace décadas. Pero hay doscientos metros —doscientos, no más— que brillan al sol de la Patagonia. Y sobre ellos, funcionarios que sonríen para la foto.
El ritual del asfalto. El ritual de la inauguración eterna.
(Los vecinos vuelven a sus casas. Algunos por calles pavimentadas. La mayoría, por tierra.)