

Por: Bache3000
Miren: una ciudad que se mira al espejo y ve una postal y una contradicción. Bariloche cumple años —123, dicen— y sigue sin decidir quién quiere ser cuando sea grande.
Es esa ciudad esquizofrénica que respira aires de Europa pero camina en calles del tercer mundo. Lo europeo: una construcción, una pose, un deseo. Lo tercermundista: pozos que deberían ser patrimonio de la humanidad, un transporte público que hace que las carretas coloniales parezcan el Shinkansen japonés.
Bariloche es esa paradoja ambulante: todos quieren venir, pero cuando ya están acá, quieren que nadie más venga. Turismo sí, pero no tanto. Desarrollo sí, pero no aquí. Conservación sí, pero pavimenten mi calle. Pavimenten, pero no mi calle.
La ciudad se comporta como un adolescente identitario: barilochense antes que rionegrino, descendiente antes que provinciano. Se siente el ombligo del mundo pero actúa como el perro mojado de la provincia. Exhibe su orgullo herido mientras extiende la mano para mendigar atención.
Y se queja. Claro que se queja. El deporte provincial. "Nos llega poca plata de coparticipación", dicen, lo que significa que producen más de lo que reciben. Pero después viene cualquier funcionario de Viedma o del Alto Valle y la ciudad se derrite como chocolate al sol. Sabe que la van a cagar —siempre la cagan— pero igual se enamora, se baja los pantalones, goza y después, claro, se queja.
Una ciudad que arrastra obras inconclusas hace 40 años. Cuatro décadas de promesas que se evaporan con la nieve de agosto. Cuatro décadas donde se fueron acumulando capas geológicas de desidia y corrupción.
Bariloche es mapuche queriendo ser presente y europeo añorando pasado. Es criollo y es "nic". Es el recién llegado y el que hace las valijas. Es el runner que venera la naturaleza y el vecino que exige asfalto porque está podrido de la nieve y el barro. Es el político que versea y el que no versea pero tampoco hace.
Es turismo —su pan, su agua, su oxígeno— y es tecnología, y es colonia agrícola. Tres mundos que se miran de reojo, que comparten territorio pero no destino.
Los barilochenses comparten los hongos del bosque y los venéreos. Son el ex de alguien y el futuro de otro. Son desarrollo frustrado e impotencia crónica.
Son Bariloche. Aguita fresca con delirios de río. Qué lindos cuando se dan cuenta de todo eso que son: un hermoso quilombo de contradicciones, esperanzas y derrotas cotidianas.
En el fondo, quizás, sea eso lo que celebran cada año: el milagro de seguir siendo, a pesar de todo y de todos. Y, sobre todo, a pesar de sí mismos.