

Por: Bache3000
Pierre Bordieu, señala: las encuestas no sirven para medir la opinión, sino para construirla. Esta semana, Social Data, salió a publicar datos de mediciones que realizó hace pocos días, en toda la provincia.
Los números cantan su tango desolador. Martín Soria, ese peronista que heredó apellido y ambiciones, se lleva el premio al más odiado: 66,55% de los rionegrinos lo miran con la misma simpatía que a una multa de tránsito. No está solo en el podio del desprestigio. Alberto Weretilneck, el gobernador que lleva una década prometiendo el paraíso patagónico, cosecha un 48% de rechazo y apenas un 19,5% de adhesiones —menos que los votos que consigue River en Boca.
La cosa es así: la provincia está partida entre los que no conocen a sus dirigentes y los que preferirían no conocerlos. Facundo López, del JSRN, ostenta la dudosa hazaña de ser desconocido por casi la mitad de sus comprovincianos (48,39%) mientras que los que sí lo ubican apenas le regalan un 7,10% de imagen positiva. Es como ser invisible y antipático al mismo tiempo. Casi lo mismo pero peor, le pasa a Lorena Villaverde, que tiene poca positiva, y una negativa de casi el 55%.
Pero en este festival de impopularidad hay algunos que guardan un as en la manga: el desconocimiento. Ariel Rivero, de La Libertad Avanza, tiene apenas 30,27% de imagen negativa —una bicoca comparada con sus colegas— y un jugoso 29,38% de rionegrinos que no saben quién es. En política, a veces es mejor ser un misterio que una decepción confirmada.
El estudio —que las malas lenguas vinculan al entorno de Juan Martín, del PRO, casualmente el mejor posicionado con sus modestos 21,17% de aprobación— muestra una provincia fragmentada, donde los mejores apenas superan el 22% de adhesión y los peores rozan el 70% de rechazo.
Los armadores políticos ya sacan cuentas: en este desierto de credibilidad, los que tienen mayor potencial son los desconocidos, o los que tienen más estructura. Lorena Villaverde (25,54% de desconocimiento), Martín Doñate (30,80%) y el mencionado Rivero podrían crecer positivamente, si hacen bien las cosas.
Mientras tanto, los que tienen su imagen negativa consolidada —como Martín Soria y sus 66,55% de rechazo con apenas 26,20% de desconocimiento— enfrentan la certeza matemática de que no hay campaña que pueda lavar años de desgaste.
La batalla por Río Negro se presenta como una competencia entre los impopulares conocidos y los desconocidos con potencial. En una provincia donde la política se mide más por quién decepciona menos que por quién entusiasma más, las elecciones prometen ser un ejercicio de resignación democrática.
Dicen que en política no hay muertos hasta que se cuentan los votos. En Río Negro, parece que tampoco hay vivos hasta que se miden las encuestas. Y por ahora, las encuestas dicen que la provincia prefiere apostar por los que no conoce antes que seguir confiando en los que ya conoció demasiado.