

Por: Bache3000
Hay una mujer que ya no puede dormir. Le diremos X —la llamamos así porque su historia está en los tribunales, porque su vida se volvió expediente, porque el miedo también tiene nombre y apellido.
Hay una mujer que trabajó quince años para llegar a ninguna parte. Que creyó en las promesas. Que se capacitó cuando otros compraban cargos. Que estudió de noche para ser Técnica en Seguridad e Higiene mientras Walter Cortés repartía favores como caramelos entre amigos, cuando toadvía era sindicalista y cortaba rutas.
Hay una mujer a la que un tipo llamado Jaime Brecca le olía el pelo cuando llegaba al trabajo.
Esto pasa en Bariloche. Ahora. Mientras usted lee, mientras camina por el centro, mientras pasa frente al edificio municipal y piensa en sus cosas. Pasa puertas adentro, en oficinas con aire viciado donde funciona una máquina perfecta: la máquina de quebrar gente.
X tenía todo. Después de quince años en planes sociales, después de demostrar que valía, después de estudiar lo que otros ni se molestaron en leer, tenía un trabajo. Un trabajo de verdad. Un sueldo. Una vida.
Hasta que llegó Cortés.
Walter Cortés, el amo de un imperio sindical que lo hizo millonario pero que no puede reconocerlo ni ponerlo a su nombre. Walter Cortés, que prometió echar a los que no trabajaban y premiar a los que sí. Walter Cortés, que contrató "verificadores de veredas" —¿qué carajo es un verificador de veredas?— y armó la gestión con más contratados de la historia. Walter Cortés, que maneja fortunas desde las sombras mientras pone a dirigir delegaciones a tipos que hasta ayer acomodaban latas de sardinas en La Anónima.
Como Jaime Brecca.
Brecca era vigilante en los noventa. Vigilante. Después trabajó en un supermercado. Ahí se hizo sindicalista. Después Cortés lo puso a manejar una delegación municipal con presupuesto, con empleados, con poder sobre vidas ajenas.
¿Saben qué hizo Brecca el primer día?
Se puso a oler mujeres.
Sí. Leyeron bien. Cuando X llegaba al trabajo, Brecca se le acercaba a X y la olía. Como un perro. Como alguien que descubre que el poder le da derecho a todo.
Otras veces se sentaba frente a ella. Abría las piernas. Meneaba la pelvis. Otras veces le decía: "Te voy a dejar sin contrato".
Esto no es una película. Esto no es una novela. Esto pasa en una oficina pública, con sueldos que pagamos todos, bajo la firma de un intendente que prometió cambiar las cosas.
Brecca no se conformó con X. Tenía una delegación entera para destrozar. Empezó con el empleado de mayor trayectoria: treinta años de carrera. Nunca un problema. El tipo al que todos más querían. Lo pasó a disposición seis meses. Sin motivo. Porque sí. Porque podía.
Los demás empleados salieron en su defensa. Error. Fatal error. Porque quien se opone a Brecca se opone al sistema. Y el sistema no perdona.
Empezaron los gritos. Las amenazas. Las persecuciones. Los empleados no podían hablar entre ellos. Brecca los dividía, los enfrentaba, los quebraba de a uno.
¿Qué pasó cuando empezaron a enfermarse? Cerraron Medicina Laboral.
¿Qué pasó cuando empezaron las denuncias? Más sumarios contra los empleados.
¿Qué pasó cuando las juntas vecinales empezaron a quejarse porque Brecca no las atiende, porque los problemas del barrio se acumulan sin respuesta, porque el funcionario que debe estar al servicio de la comunidad simplemente desapareció? Nada. Porque Brecca responde a Cortés, y Cortés no responde a nadie.
El último día que X fue a trabajar, Brecca le dijo: "Te voy a dejar sin trabajo". Y la dejó sin trabajo.
X fue directo a ver a Cortés. Porque todos dicen que él decide todo. Que él es el que manda de verdad.
Cortés salió de su oficina como un animal. Gritando. Desaforado. Al borde de pegarle a una mujer que lo único que pedía era trabajar.
Gritaba: "¡Andate de acá! ¡Yo no te voy a devolver nada!".
X, entre los gritos, solo pudo decir: "Estás dejando sin pan a mi hija".
Había testigos. Mike Domínguez, que después sería funcionario. Dámaso Larraburu, de Parques Nacionales. Vanesa Zúñiga, secretaria de Cortés, que después renunciaría por maltratos similares.
Todos vieron. Todos callaron. Excepto Zuñiga, que fue la única que puso paños fríos. Trató de ayudar. Así le fue.
X nunca había llegado tarde. Nunca había faltado. Nunca había tenido un sumario. Y ahora estaba en la calle.
Al día siguiente, Cortés la llamó. "Ayer estaba mal", le dijo. "Te voy a devolver el trabajo venía verme".
X fue. La hizo esperar horas. Mientras esperaba, escuchaba gritos desde las otras oficinas. Funcionarios gritándose entre ellos. Todo el tiempo. Como si gritar fuera el idioma oficial de la gestión Cortés.
Cuando la atendió, X le rogó que le devolviera su trabajo. Cortés le aseguró que sí. Pasaron días, semanas. X escribía. Cortés no respondía.
Hasta que le dijo: "Andá al Dinara el lunes 24".
"¿El feriado?", preguntó X.
"Andá mejor el martes".
El martes fue. Cortés le dijo que ya estaba todo arreglado. Que iba al gimnasio número 5.
"¿No me va a dar un papel?".
"Es mi palabra. Con eso es suficiente".
Sin papeles, X fue a trabajar todos los días. Hasta que un día Cortés la vio desde la ventana del centro cívico participando de una reunión con otros empleados. La miró desde arriba. Imperturbable. Como un emperador mirando gladiadores.
La resolución nunca llegó. X nunca más volvió a trabajar. Cortés la bloqueó del WhatsApp.
Porque a Walter Cortés nadie le puede hacer frente. Nadie.
Mañana, miércoles a las 11, Jaime Brecca tiene audiencia en la Justicia. Cuatro empleados lo denuncian por violencia laboral, amenazas, persecución. Es el funcionario político más denunciado de la gestión Cortés.
El segundo es Pablo Rantul, de la delegación Sur. También del sindicato de comercio. También denunciado por amenazas.
¿Saben qué dijo hace poco el abogado de los empleados, Gonzalo Ojeda, frente a todos los concejales? "La cámara laboral no quiere saber nada más con los problemas de la municipalidad, nos dijo que no vayamos más".
Perfecto. No se puede denunciar en la Justicia porque antes hay que agotar las instancias en el Tribunal de Cuentas. El Tribunal de Cuentas no resuelve nada. Y la cámara laboral no quiere saber nada.
Esto se llama impunidad. Esto se llama sistema. Esto se llama Walter Cortés.
Mientras escribimos esto, X no puede dormir. Su hija pregunta qué pasa. Su marido busca trabajo extra para llegar a fin de mes.
Mientras escribimos esto, Brecca sigue manejando una delegación municipal. Sigue cobrando un sueldo público. Sigue oliendo mujeres, si se le antoja. ¿Sigue cobrando si salario en comercio?
Mientras escribimos esto, las juntas vecinales siguen esperando que Brecca las atienda. Los problemas del barrio se acumulan como basura en las esquinas. Las demandas ciudadanas quedan sin respuesta porque el funcionario público desapareció, porque está demasiado ocupado quebrando empleados como para hacer su trabajo.
Mientras escribimos esto, Cortés sigue manejando su imperio desde las sombras. Sigue acumulando riquezas que no puede mostrar. Sigue prometiendo transparencia en los medios mientras las denuncias se acumulan en el Tribunal de Cuentas y la Justicia.
Mientras escribimos esto, usted camina por Bariloche. Pasa frente al edificio municipal. Hace su vida. No sabe que adentro, entre cuatro paredes, funciona una máquina de triturar gente.
No sabe que el factor Brecca no es solo Jaime Brecca. Es un sistema. Una forma de hacer política donde el Estado es botín personal y los empleados son carne de cañón.
No sabe que cada vez que votamos a tipos como Cortés, cada vez que miramos para otro lado, cada vez que pensamos "algo habrán hecho", estamos alimentando la máquina.
La máquina que convierte vigilantes en jefes. La máquina que transforma el trabajo en tortura. La máquina que hace que una mujer llamada X ya no pueda dormir.
Porque el factor Brecca, al final, somos todos. Los que votamos, los que callamos, los que permitimos.
Los que miramos para otro lado mientras la máquina sigue triturando gente.
Puertas adentro. Entre cuatro paredes. Con complicidades varias.
Con la nuestra.