Por: Jorge González

Hacer periodismo —dicen los expertos, y se nota claramente— es difundir, denunciar, investigar y poner a disposición de la opinión ciudadana hechos de corrupción, abuso de poder o autoridad, así como situaciones de serias implicaciones que dañan directa o indirectamente el bien común. A decir de algún veterano en la materia, es difundir información que alguien o algunos no quieren que el común de la gente sepa, y su difusión, opinión o investigación la convierte en cosa pública.

Es intrínseco a su estructura, entonces, que esta sea una de las profesiones más riesgosas en la actividad humana contemporánea, y también lo fue en el pasado. Umberto Eco plasmó magistralmente el trabajo meticuloso de investigación en su novela El Nombre de la Rosa.

Nuestro sentido homenaje, entonces, va para aquellos que en la búsqueda objetiva de la verdad informan a pesar de los riesgos; para los que asumen la peligrosa tarea de no venderse por cinco monedas e informan y opinan asumiendo riesgos personales. Para que aquellos que ejercen poder sobre quienes pueden difundir opinión y verdad sean libremente escuchados y considerados. Políticos, pelafustanes, ídolos de barro, hombres de poder a todo nivel —nacional, provincial, municipal y hasta transnacional— deben hacerse cargo del valor esencial de la verdad en esta era de intereses económicos antisociales que quieren prevalecer sobre las sociedades.