domingo 22 de junio de 2025 - Edición Nº129

Sólo el vecino salva al vecino | 21 jun 2025

WALTER TOGA

Cuando te mandan a tocar timbre y terminás despertando a todo el barrio

Una crónica sobre la estupidez del poder y sus métodos obvios.


Por: Bache3000

Hay algo hermoso en la estupidez cuando es tan pura que llega a ser arte. Como esos borrachos que tratan de abrir la puerta de su casa con la llave del auto durante media hora, bajo la lluvia, mientras los vecinos los miran desde las ventanas. Esa clase de estupidez honesta, sin pretensiones.

Pero cuando la estupidez viene vestida de traje y corbata, cuando tiene presupuesto municipal y cree que puede comprar la realidad con unos pesos mal habidos, ahí la cosa se vuelve grotesca. Patética. Como ver a un tipo tratando de correr en tacos altos en la nieve.

Me cuentan que por acá, en este rincón del mundo donde la montaña se encuentra con el lago, hay un señor con poder que se mea encima cada vez que lee algo que no le gusta en Instagram. Un tipo que tiene todo el aparato del estado a su disposición pero que cuando lo critican se pone a crear cuentas falsas como un adolescente despechado.

Imaginen la escena: el hombre poderoso, sudando frío en su oficina municipal, llamando a algún empleado de confianza. "Haceme una cuenta que sea igual a la de ellos", debe haber dicho, "pero que publique lo nuestro". Y el pobre tipo, que necesita el laburo, se pone a copiar y pegar como un mono amaestrado. Solo que se olvida de borrar las publicaciones anteriores. Las que tienen el sello oficial de la municipalidad.

Es como si te mandaran a robar un banco y entraras gritando tu nombre completo y tu número de documento.

Los poderosos siempre fueron así. Creen que porque tienen plata pueden comprar todo: la verdad, la opinión, el silencio. Pero hay algo que no entienden estos tipos: cuando la comunicación nace desde abajo, cuando es genuina, cuando no está comprada ni vendida, se vuelve indestructible. Es como el agua. Encontrá la manera de filtrarse por cualquier grieta.

Walter Toga, dicen que se llama el tipo. Un nombre que suena a personaje de novela barata. El clásico político de pueblo que cree que su pueblo es el mundo entero. Que confunde su pequeño poder con el poder real. Que no entiende que hay cosas que no se pueden comprar, no se pueden silenciar, no se pueden controlar.

Primero probó diciendo que el medio era de Maru Martini, después de Gustavo Gennuso, después de Facundo Villalba, luego de Leandro Costa Brutten. Como esos celosos que inventan amantes que no existen. Pero cuando te obsesionás tanto con destruir algo, lo único que lográs es publicitarlo. Le das importancia. Lo volvés relevante.

Y mientras tanto, las hormigoneras sobrepreciadas siguen ahí, como monumentos a la corrupción. Las estaciones de servicio fantasma cobran millones sin funcionar nunca. Los empleados municipales aguantan maltratos y violencia laboral. Todo eso es real, tangible, verificable. No hace falta que nadie lo invente.

Pero el tipo prefiere gastar tiempo y recursos públicos en perseguir fantasmas digitales. En crear cuentas mellizas que terminan siendo la mejor publicidad gratuita que podría tener su enemigo.

Hay algo poético en todo esto. Una justicia cósmica que funciona sola. Los poderosos corruptos, en su paranoia, terminan cavando su propia tumba. Se convierten en su peor enemigo. Y nosotros, los que estamos abajo, solo tenemos que mirar y tomar notas.

Al final, lo único que queda es la verdad. Desnuda, cruda, incómoda. Y la verdad es que cuando tenés que crear cuentas falsas para defenderte, ya perdiste. Cuando tenés que gastar plata pública para atacar a quien te critica, ya te convertiste en aquello que juraste combatir.

Y todo el barrio se despierta. Y todos te ven ahí, mojado y evidente, con cara de gil, tratando de explicar por qué tocaste la alarma de incendios cuando solo te habían mandado a tocar timbre.

La vida es así: brutalmente honesta. Y la honestidad, tarde o temprano, siempre gana.

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