

Por: Bache3000
Alberto Weretilneck desayunó tranquilo este martes. Café con leche, tostadas, mermelada de frambuesa —esas pequeñas ceremonias que mantienen la ilusión de normalidad cuando uno acaba de dinamitar las expectativas de media docena de dirigentes que creyeron, ingenuamente, que la lealtad se paga con lealtad. Qué error. En política, la lealtad se paga con olvido.
La presentación de los candidatos de Juntos Somos Río Negro para las legislativas de octubre tenía todo el aire de una celebración. Sonrisas, aplausos, esa liturgia democrática que esconde, como siempre, las puñaladas que se dieron en los pasillos previos. Porque lo que Weretilneck anunció no fue una lista: algunos la leyereon como una depuración. Y los depurados, como era previsible, no lo tomaron bien.
Weretilneck —ese hombre que aprendió en las escuelas duras de la política patagónica que el poder se conquista y se conserva con la misma brutalidad— optó por lo más simple: rodéese de quienes no le van a crear problemas. Pedro Pesatti, el vicegobernador, quedó fuera del juego en favor de Facundo López. Agustín Domingo, el diputado obediente, fue relegado por Juan Pablo Muena. ¿El criterio? No la experiencia, no los méritos, no siquiera la popularidad. La confianza. Esa mercancía escasa que en política vale más que todos los votos del mundo. Y, también, porque no hay nada malo para decir de él. Esa fue la lectura de Weretilenck, o al menos las explicaciones que dio.
Y así, Weretilneck construyó su nueva lista como quien arma un búnker: con materiales que conoce, que controla, que no le van a explotar en las manos cuando menos se lo espere. López y Muena no son mejores que Pesatti y Domingo. Simplemente son más... predecibles, y poseen un perfil que se ajusta a su estrategia.
Hay algo patético y al mismo tiempo admirable en la figura de Agustín Domingo. Cuatro años de obediencia canina, de votar lo que había que votar, de aplaudir cuando había que aplaudir, de mantenerse en silencio cuando había que callarse. Cuatro años esperando que la fidelidad se transforme en reconocimiento. Y cuando llegó el momento de cobrar la factura, se encontró con que Weretilneck había decidido apostar por la juventud y el carisma de Muena.
No es la primera vez que le pasa. Hace dos años soñó con ser intendente de Bariloche. También vio cómo ese sueño se desvanecía en favor de otros planes del gobernador. Domingo es el prototipo del dirigente de segunda línea: útil, eficiente, leal, pero nunca lo suficientemente carismático como para ser indispensable.
Ahora se consuela cogobernando con Walter Cortés, ese sindicalista convertido en intendente que parece haber encontrado en Domingo el cerebro económico que le faltaba. Una simbiosis perfecta: Cortés pone la llegada popular, Domingo pone la técnica. Y entre los dos construyen una pequeña fortaleza de poder local que podría, eventualmente, desafiar las decisiones que vienen desde Viedma. Tal vez, la nota es un mensaje de otra persona: Walter Cortés. O una futura justificación de lago que va a pasar.
Y entonces sonó el teléfono. Del otro lado, las voces violetas. Esto, al menos, dice la nota de ADN, un día después del anuncio de candidatos. Los libertarios, esos nuevos conversos del liberalismo de Milei, que olfatean la decepción de Domingo como los tiburones olfatean la sangre. "Venite con nosotros", le dicen. "Acá vas a ser protagonista, no comparsa."
La tentación es real. Domingo tiene un perfil que encaja perfectamente con el discurso libertario: formación económica, críticas al gasto público, cierta frialdad técnica que disimula bien las pasiones ideológicas. No sería el primer peronista que descubre, tarde en su carrera, que siempre fue liberal. La conversión política es uno de los fenómenos más frecuentes —y menos estudiados— de nuestro tiempo. Y del otro lado lo espera otro ex JSRN: Damián Torres, el abogado del partido.
Pero cambiar de camiseta tiene un costo. Significa reconocer que todo lo anterior fue un error, que los años de militancia fueron tiempo perdido, que la lealtad fue una inversión mal hecha. Significa, también, quemar las naves: Weretilneck no perdona las traiciones, y mucho menos las traiciones públicas.
En otro rincón del tablero, Pedro Pesatti hierve en su propio jugo. El vicegobernador, que creyó que su cargo le garantizaba un lugar en la mesa chica, descubrió que Weretilneck prefiere la previsibilidad de López a su experiencia. Los pasillos políticos susurran sobre sus conexiones con Sergio Massa y sobre la posible candidatura de Silvina García Larraburu. Conexiones peligrosas en un momento en que el gobernador busca consolidar su poder sin fisuras.
Pesatti representa todo lo que Weretilneck no quiere: vínculos con el poder nacional, agenda propia, capacidad de maniobra independiente. En la lógica del gobernador, es mejor tener dirigentes menores pero controlables que figuras importantes pero impredecibles.
Al final, tanto Domingo como Pesatti enfrentan la misma disyuntiva: ser cabeza de ratón o cola de león. Quedarse en Juntos Somos Río Negro significará aceptar un rol secundario, esperar que algún día las cartas se redistribuyan a su favor. Irse implicará apostar por un futuro incierto, pero con mayores posibilidades de protagonismo.
Weretilneck, mientras tanto, observa desde su despacho gubernamental cómo se desarrolla la partida. Sabe que la política es el arte de administrar las decepciones, y que siempre habrá dirigentes dispuestos a cambiar de bando cuando no consiguen lo que esperaban. También sabe que, en el fondo, él mismo hizo lo mismo durante toda su carrera: adaptarse, cambiar, mutar según las necesidades del momento.
La diferencia es que ahora él es quien decide quién se queda y quién se va. Y esa es, tal vez, la única diferencia que importa en política: estar del lado correcto del poder, aunque sea por poco tiempo, aunque sea hasta las próximas elecciones, aunque sea hasta que aparezca alguien más joven, más carismático, más confiable.
En Río Negro, como en toda la Argentina, la política sigue siendo el arte de la supervivencia. Y Weretilneck, por ahora, sobrevive mejor que todos.