

Por: Bache3000
"Iniciamos esto por necesidad necesidad", explica José mientras observa el flujo de vehículos que se preparan para el ascenso. "Veíamos que el turista, especialmente el brasilero, nunca había puesto una cadena, y el local a veces sabe, a veces no". La realidad es contundente: lo que para José y su equipo toma menos de un minuto, para una persona sin experiencia puede convertirse en una odisea de 40 minutos bajo condiciones climáticas adversas.
La jornada laboral comienza temprano, alrededor de las 8:30, media hora antes de que abra la boletería de Piedras Blancas. "La noche anterior ya me avisan del cerro si se va a pedir cadena", cuenta José, describiendo un sistema de comunicación que funciona como un engranaje bien aceitado. Pero el clima patagónico es impredecible: "Quizás no nieva en la mañana, pero nieva después del mediodía y directamente subimos y colocamos antes de que baje".
El frío es el verdadero enemigo en esta labor. "Cuando ya no te dan más las manos y no podés agarrar las cadenas, ya no podés seguir", reconoce José con la honestidad de quien conoce los límites del cuerpo humano. "Podés haber colocado 40, 50 cadenas y estar en un charco, pero si el cuerpo no te da más, el cuerpo te lo manda".
Más allá de la colocación de cadenas, José y su equipo cumplen una función crucial en el ordenamiento del tráfico. "Si nosotros no estuviéramos acá, imaginate que se cruzan dos en el camino", reflexiona. La experiencia les ha enseñado que su presencia evita el caos que podría generarse cuando decenas de vehículos intentan ascender simultáneamente por un camino estrecho y serpenteante.
El servicio que brindan funciona bajo un sistema de tarifa voluntaria, aunque José es claro al respecto: "Lo tomamos como nuestro trabajo, pero al que vemos que no puede y no tiene, se le ayuda igual". Esta filosofía de trabajo refleja algo más profundo que una simple transacción comercial. "El que no quiere pagar, se le explica cómo hacerlo y después lo intentan. Viene la señora y te dice 'andá y ponele la cadena', porque realmente no pudieron".
La iniciativa surgió de la observación directa de una necesidad no cubierta. "Donde hay una necesidad, hay una oportunidad, y nosotros lo vimos", sintetiza José. "Nadie podía subir, estaban perdiendo medio día tratando de poner cadenas y nosotros empezamos a agilizar y organizar el tráfico". Hoy, tanto la policía como el personal de tránsito los reconocen como parte integral del funcionamiento del acceso al cerro.
La comunicación con el complejo Piedras Blancas es fluida y constante. José agradece especialmente "desde el Pato hacia abajo, todos los chicos", reconociendo que su labor forma parte de una cadena de servicios que hace posible que miles de turistas puedan disfrutar de la montaña cada temporada.
Pero quizás lo más revelador de José Herrera sea su propia relación con el lugar que ayuda a que otros disfruten. "Cuando estoy colocando las cadenas le digo a los turistas: 'che, yo he subido y realmente vale la pena, es buenísimo, disfrútenlo'". En los días libres, él mismo aprovecha para "tirarse en trineo" y vivir la experiencia que facilita para otros.
Ocho temporadas después, José mira hacia atrás con satisfacción. "Doy gracias primero que nada a Dios que me ha puesto en este lugar y que me ha dado la oportunidad de hacer temporada tras temporada". Su trabajo, aparentemente simple, es en realidad una pieza fundamental en el complejo entramado que permite que Bariloche mantenga su posición como uno de los destinos de nieve más importantes de Sudamérica.
Mientras el sol sube y los primeros turistas del día se preparan para el ascenso, José Herrera vuelve a su tarea cotidiana, esa labor silenciosa pero imprescindible que convierte un obstáculo técnico en una experiencia fluida, permitiendo que la magia de la montaña nevada sea accesible para todos.