viernes 08 de agosto de 2025 - Edición Nº176

Sólo el vecino salva al vecino | 7 ago 2025

MULTITUDINARIA PROCESIÓN

San Cayetano: cientos de almas peregrinaron por trabajo en tiempos de hambre

Las manos se alzan al cielo barilochense con la desesperación de quien ya no sabe a quién más pedirle. Son las 100 almas que cargan sobre sus hombros la imagen de San Cayetano por las calles poceadas de Frutillar, ese barrio del alto donde el frío corta como navaja y la esperanza se aferra a los santos como última tabla de salvación. En la iglesia, hubo más de 400 personas.


Por: Bache3000

La procesión arranca desde la iglesia que lleva el nombre del patrono del pan, la paz y el trabajo. Ironías del destino: en un país donde sobra tierra y falta comida, donde abundan los brazos y escasea el laburo. Los fieles avanzan despacio, como si el peso de la imagen fuera el peso de toda la Argentina que se les viene encima.

Monseñor Juan Carlos Ares, con su segundo año en la diócesis a cuestas, mira el cortejo que arranca desde el tempplo y piensa en las palabras que habrá de pronunciar. "Ningún plan económico puede descuidar el empleo y las fuentes laborales", dirá después, cuando la multitud se apriete en la nave y sus voces se eleven pidiendo por trabajo digno. "Ninguna medida puede considerarse exitosa si no implica a los trabajadores."

El obispo habla y su voz rebota contra las paredes del templo como un eco de conciencia. Habla de la dimensión humana, de cómo los medios se confunden con los fines, de cómo la economía deja de servir al hombre para servir a la plata. Sus palabras caen sobre cabezas que asienten porque conocen el libreto de memoria: son los mismos que hacen changas, que reciclan, que inventan el peso diario en la economía popular, esa que no aparece en los índices pero sostiene las mesas familiares.

Entre los rostros que escuchan está Luis Cionfrini, secretario general de la CGT zona Andina, con su historia de luchas sindicales tatuada en las arrugas. "Necesitamos una ayuda divina para terminar con este gobierno nefasto", dice sin pelos en la lengua, porque en los barrios altos de Bariloche la diplomacia es un lujo que no se pueden permitir. "Nos están sacando los derechos del trabajo, nos están sacando los derechos de salud, nos sacan los derechos de educación."

La procesión avanza por la calle San Cayetano como una metáfora ambulante. Los vecinos salen a los umbrales, algunos se persignan, otros apenas levantan la vista de sus preocupaciones cotidianas. El santo va adelante, inmutable en su urna de cristal, mientras a sus espaldas se arrastra el cortejo de la Argentina real: jubilados que no llegan a fin de mes, jóvenes sin futuro, madres que estiran los pesos hasta el milagro.

"Pan, paz y trabajo", gritan las gargantas que se unen al coro. Las mismas consignas que Saúl Ubaldini popularizó décadas atrás, cuando el mundo parecía otro pero los problemas eran los mismos. Porque en este país de eterno retorno, las crisis se repiten como las estaciones, y los santos siguen siendo los únicos que no prometen y no mienten.

El cielo patagónico se extiende infinito sobre las cabezas que marchan. Azul como las promesas electorales, limpio como la conciencia de los que no tienen nada que ocultar. Y abajo, en las calles de tierra, la Argentina de siempre sigue pidiendo lo mismo: que el trabajo vuelva a ser un derecho y no un privilegio, que el pan alcance para todos, que la paz no sea solo una palabra bonita en los discursos.

Cuando la procesión llega finalmente a la iglesia, cuando las puertas se abren y la multitud se derrama adentro, cuando el monseñor comienza la misa y las voces se unen en el canto, por un momento parece que los milagros fueran posibles. Pero afuera, en las calles vacías que acaba de recorrer la fe, la realidad espera con la paciencia infinita de quien sabe que mañana, cuando se apaguen las velas y se guarde al santo hasta el año que viene, todo será igual de difícil. 

O tal vez no. Tal vez en algún lugar, en algún despacho, alguien entienda por fin que la dignidad no se negocia y que el trabajo no es una dádiva sino un derecho. Tal vez. Mientras tanto, San Cayetano sigue ahí, en su altar, esperando que le pidan menos milagros y más justicia.

OPINÁ, DEJÁ TU COMENTARIO:
Más Noticias

NEWSLETTER

Suscríbase a nuestro boletín de noticias