

Por: Bache3000
Mientras transcurría la Comisión de Desarrollo Social que preside el edil Leandro Costa Brutten, algo insólito pero previsible ocurrió en el Concejo Deliberante. Una mujer apareció con cadenas, se encadenó y anunció que iniciaba una huelga de hambre. No era un acto desesperado sin fundamento. Era el último recurso de alguien que ya había agotado todos los canales institucionales posibles.
Costa Brutten permitió que Viviana hable y cuente su historia.
La protagonista de esta escena que parece sacada de los años más duros de la protesta social argentina es Viviana, una empleada municipal con un legajo impecable y varios años de trabajo a cuestas. Su único pecado: haberse enfrentado al delegado Jaime Brecca cuando este, según denuncia, ejercía maltrato y persecución sobre los trabajadores bajo su mando.
La historia tiene todos los ingredientes de un manual de abuso de poder. Viviana, junto a otros compañeros, denunció al delegado. La respuesta fue inmediata y ejemplificadora: todos pasaron a disponibilidad. La situación se judicializó, pero mientras la justicia sigue su curso moroso, la vida real no espera. Los contratos no se renovaron. Los sueldos no llegaron. Las familias quedaron sin sustento.
"Bueno, hablo muchas gracias por recibirme una vez más acá como les dije, no me voy a ir de acá hasta encontrar una solución para mi vida porque ya no puedo seguir más. Es lo último que me queda", comenzó diciendo Viviana ante los ediles presentes, con esa mezcla de agradecimiento y determinación que caracteriza a quien ya no tiene nada que perder.
"Yo ya no estoy jugada porque no tengo ni una fuente de trabajo, no tengo ni un ingreso", continuó, mientras el delegado "anda paseando por todos lados" con "su gente" y "sus concejales no hacen oído a lo que yo he dicho".
La mujer fue clara en su reclamo y en su amenaza: "Si algo me pasa hoy yo me voy a quedar acá. Inicio mi huelga de hambre, no he comido nada desde que vine de mi casa, solo me alimenté con una taza de café con leche y nada más".
Pero hay algo más doloroso en esta historia que la persecución laboral en sí misma: la traición de la esperanza. Viviana había mantenido conversaciones con el propio intendente Walter Cortés, quien le reconoció que "había sido mal echada" y le prometió que le devolvería su trabajo. Esa promesa nunca se cumplió.
Pero hay algo más doloroso en esta historia que la persecución laboral en sí misma: la traición de la esperanza. Viviana había mantenido conversaciones con el propio intendente Walter Cortés, quien le reconoció que "había sido mal echada" y le prometió que le devolvería su trabajo. Esa promesa nunca se cumplió.
"El señor intendente que me lo devuelva. De todo lo que le pido, por favor Walter, devolver mi trabajo, pensar en tus hijos, pensá en tu nieta, en tu mujer tenés una excelente mujer al lado tuyo ni siquiera debe saber las cosas que haces", le gritó Viviana al aire, sabiendo que sus palabras llegarían a oídos del jefe comunal.
"Por favor, Walter, te lo pido por favor, una vez más pensar en mi hija, pensar en mi familia. Mi esposo así trabajo. A veces no tengo para comer y mi familia me ayuda", continuó, con esa crudeza que solo puede tener alguien que está al borde del abismo.
Viviana no habló solo por ella. En su protesta desesperada se escuchó la voz de muchos otros: "Soy la voz de todos mis compañeros municipales, de todos, absolutamente todos los que están siendo hostigados en este momento que están siendo amenazados y por todo lo que están pasando ellos".
Viviana no habló solo por ella. En su protesta desesperada se escuchó la voz de muchos otros: "Soy la voz de todos mis compañeros municipales, de todos, absolutamente todos los que están siendo hostigados en este momento que están siendo amenazados y por todo lo que están pasando ellos".
También dirigió su reclamo al gobernador de la provincia: "Señor gobernador, usted que está en campaña justo ahora, justo que está en la campaña le quiero hablar a usted también, por qué no viene? No se hizo eco de mi situación. Yo se lo dije, le planteé todo, le mandé todas las pruebas que yo tenía. Usted no hizo nada, pero sí anda diciendo en los medios y en las redes que ningún rionegrino se quedará sin trabajo, que todos los rionegrinos tenemos trabajo, mentira, yo acá estoy sin trabajo".
Los ediles presentes fueron testigos de una escena que los conmovió. Hasta que el edil Juan Pablo Ferrari logró lo que parecía imposible: convencer a Viviana de que levantara la medida de protesta. Le prometió que conseguiría alguna ayuda social del gobierno de la provincia hasta que la justicia resuelva su situación laboral ante el municipio.
Viviana aceptó, pero con una advertencia: "Los hago responsable al presidente del concejo deliberante y al señor Walter Cortés. Si mi salud se deteriora".
Esta no es solo la historia de Viviana. Es la radiografía de un sistema que funciona a base de arbitrariedades, donde denunciar el maltrato se castiga con la pérdida del trabajo, donde las promesas de los poderosos se evaporan como el humo y donde la única herramienta que le queda al ciudadano común es encadenarse y dejar de comer para que alguien lo escuche. Viviana tiene un legajo impecable, años de trabajo honesto, una familia que mantener. Su único error fue creer que tenía derecho a la dignidad laboral. Por eso se encadenó. Por eso dejó de comer. Porque a veces, cuando se han agotado todas las vías institucionales, solo queda el cuerpo propio como última trinchera de protesta. La pregunta que queda flotando en el aire es simple pero incómoda: ¿cuántas Vivianas más tendrán que encadenarse para que los funcionarios entiendan que la dignidad no se negocia?