

Por: Bache3000
Por la ruta que serpentea hacia el Hotel Llao Llao, van llegando los autos oficiales y los BMW de los ejecutivos. Acá arriba, donde los cerros se reflejan en el agua y el aire huele a pinos y a billetes, se junta el poder argentino para hablar de plata. Es la 46° Convención del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas, y como dice el lema: "Compitiendo en un mundo en transición". O sea: cómo hacer guita cuando todo se tambalea.
Walter Cortés, el intendente de Bariloche, abre el baile. Pero está en campo minado. Acá, entre estos trajes de marca y relojes suizos, él es el pez fuera del agua. Todos lo miran de reojo, porque saben de dónde viene: del sindicalismo, de la CGT, de la otra vereda. Los mismos que ahora lo escuchan hablar de "visión estratégica" y "desarrollo armónico" son los que él combatía desde las marchas y los paros. Qué ironías del poder.
"Bariloche se convierte en un escenario donde se conjuga la experiencia, el conocimiento con la visión estratégica", dice, y uno se pregunta si él mismo cree lo que está diciendo. Aprovecha para meter el tema del referéndum vinculante que impulsa -qué político que no pierde oportunidad-, pero la sensación es que habla para una tribuna que lo tolera más que lo aplaude. Está incómodo y se nota. No viene de esta rama, y todos acá lo saben.
El que todos vinieron a escuchar es Vladimir Werning, vicepresidente del Banco Central. Y Patricia Bullrich, que ya anda por acá con su operativo de seguridad de mediana intensidad, como corresponde cuando se juntan los que manejan los hilos de la economía nacional. El evento arranca con media hora de retraso -las cosas importantes siempre llegan tarde- y ahí nomás se nota la tensión. Los empresarios del círculo rojo vienen con hambre de reformas. Quieren la laboral, quieren menos impuestos, quieren garantías. Son los mismos que apoyan al gobierno pero "todavía no tienen todas las garantías como para terminar de apoyarlo".
Y mientras Cortés habla, las miradas se cruzan. Acá están los personajes de la rosca financista, el círculo rojo en pleno, escuchando a alguien que toda la vida les fue adverso. Es el teatro del poder en su máxima expresión: el ex sindicalista convertido en anfitrión de los ejecutivos de finanzas. Las vueltas de la vida. Y frente a él, piden la reforma laboral.
Patricia Bullrich, que conoce estas lides, les sale al cruce a los empresarios: "Argentina era el país con más períodos de recesión de la historia del mundo", dice, y después enumera los logros: inflación controlada, equilibrio fiscal, dólar flotando que "ya no es un problema". La ministra defiende el plan con datos duros: "Hoy hay 46 millones de argentinos que están viviendo con mucho más tranquilidad, que están viviendo con mucho más estabilidad en sus vidas".
Pero los tipos del dinero no se conforman. Quieren más. Siempre quieren más. Entonces viene el momento de tensión -sin exagerar, pero tensión al fin- cuando le plantean que necesitan esa reforma laboral y que les saquen más impuestos para animarse a invertir en serio. Bullrich les responde como puede: "Estamos avanzando en lo que podemos, de a poco, por eso nos tienen que apoyar los intendentes, nos tienen que apoyar los gobernadores también para que el cambio sea verdadero".
Y ahí viene el momento más incómodo de todos. Walter Cortés, el que está parado en un escenario que no es el suyo, le tira la pelota de vuelta a Bullrich, que había pedido apoyo de los intendentes: "Si ellos nos apoyan, nosotros los apoyamos a ellos". Después, agarrado afuera del evento, le confiesa a un conocido: "Yo vine a representar a Bariloche", remarcad su extranjería. Pero su pragmatismo es puro: el ex gremialista entendiendo las reglas del juego nuevo. O, como diría alguien que lo conoce, "altos garcas" todos, pero hay que jugar el juego.
Mientras tanto, en los pasillos del Llao Llao, el glamour hace lo suyo. Están todos: Martín Menem, Federico Sturzenegger, Alberto Weretilneck, Rolando Figueroa. Y José Luis Espert, que después se da el lujo de hacer una degustación de la carta del restaurante Patagonia -donde una trucha sale $42.500 y el bife de ojo sale $40.500-, porque acá hasta los diputados liberales pueden permitirse estos gastos.
La gente se mueve, cuchichea, hace contactos. Patricia Bullrich charla en el hall, otros dan vueltas escuchando conversaciones ajenas. Todos escucharon con mucha atención a Vladimir del Banco Central, pero después el resto de los panelistas no logra mantener la misma atención. La gente empieza a moverse, a dispersarse, porque al final lo que importa son los contactos, los acuerdos de pasillo, las conversaciones en voz baja.
Lo que queda claro es que acá se está negociando el futuro. Los empresarios quieren certezas, el gobierno pide paciencia, los intendentes buscan no quedar pegados. "Ojalá tengan un ratito para visitar los distintos rincones de nuestra ciudad", les dijo Cortés al cerrar su discurso. Pero la sensación es que estos tipos ya conocen el único rincón que les interesa: el de las oportunidades de negocio. El resto es paisaje.
La convención sigue hasta el domingo. Ya veremos si entre lago y montaña, los dólares y las promesas encuentran su equilibrio. La alfombra roja en el Llao Llao, será testigo.