sábado 27 de septiembre de 2025 - Edición Nº226

El Bardo de Siempre | 26 sep 2025

AL OTRO LADO DEL TELÉFONO

Pelea Feroz

La fuente nos dice: Herrero le hace muy mal a Bariloche, le hace muy mal al intendente. Y tiene razón. Esta es una crónica sobre lo que supimos conseguir.


Por: Bache3000

Bariloche, primavera, septiembre: las flores explotan, los turistas vuelven, la política local se pudre. Walter Cortés, intendente, tiene esa costumbre tan argentina de poner el altavoz cuando habla por teléfono: como si necesitara testigos de su poder o de la debilidad de otros. 

Ayer por la tarde—después de otra de esas reuniones en el Llao Llao, ese símbolo turístico donde se juntan a hablar de la gente como si la gente no existiera—sonó el teléfono. Del otro lado, Sergio Herrero, secretario de Turismo, con una propuesta que solo se le puede ocurrir a alguien que confunde la función pública con el mostrador de un almacén de barrio.

—Tengo una deuda de un millón de pesos con la Cooperativa de Electricidad—le dice Herrero, así, como quien dice tengo hambre o hace frío.

Un millón de pesos: para algunos, el sueldo de meses; para otros, lo que gastan en una cena. Herrero se maneja como si fuera del primer grupo pero tiene aspiraciones del segundo.

—Y quiero que me la eliminen. En el marco del acuerdo con la CEB.

El acuerdo con la CEB: esa negociación que parece darse por estos días para que el sector del intedente se incorpore a su esquema electoral. Herrero lo dice como si fuera lo más natural del mundo: pongan un millón, total, es plata del Estado o de los asociados, es decir, plata de nadie.

Cortés le dice que no. "Tenés que administrarte bien", le dice.

—Con lo poco que gano no puedo pagar la cuenta de luz—responde Herrero.

Lo poco que gano: Herrero cobra 2.5 millones de pesos por mes. Dos millones y medio. Sin contar secretaria, viáticos, viajes al exterior, oficina, movilidad y teléfono. Todo, por ser secretario de Turismo en una ciudad donde el turismo funciona solo o a pesar de él. Es decir: gana más que un médico, más que un ingeniero, más que tres maestros juntos. Pero es poco. Siempre es poco cuando la cuenta de luz del complejo propio en Nahuel Hue suma un millón de pesos de deuda. Lo poco que gano: el canto doliente del funcionario público argentino, esa melodía que se escucha desde Ushuaia hasta La Quiaca, pero que aquí suena particularmente desafinada.

Y ahí empieza la función: dos tipos grandes, con cargos importantes, gritándose por teléfono como si fueran vecinos peleándose por la medianera. Las puteadas vuelan—de un lado, del otro—mientras tres funcionarios miran la escena con esa mezcla de horror y fascinación que producen los accidentes de auto.

Herrero amenaza con renunciar: el último recurso del empleado que se sabe indispensable y descubre que no lo es tanto. Cortés le dice que renuncie: el último recurso del jefe que se cree imprescindible y quizás lo sea, pero solo para sus propios problemas.

Luego, el Jefe Comunal le reclama por los problemas "del Puerto" que generó su impericia de entregar sin contrato ni resolución, el café del Puerto. Algo que se firmó meses más tarde y con extrañas claúsulas.

"Te gastás toda la guita en eso que ya sabés", le grita el intendente. Eso que ya sabés: esas tres palabras que resumen todo lo que no se puede decir en público, todo lo que se susurra en los pasillos, todo lo que define a una gestión municipal en el interior profundo de este país.

Los gritos se escuchan desde todas las oficinas. El municipio de Bariloche—esa institución que debería administrar la ciudad más linda de Argentina—convertido en un reality show de cuarta. Funcionarios que se asoman, secretarias que fingen trabajar, ciudadanos que esperan turnos y escuchan como sus representantes se destruyen mutuamente.

Cuando cortan—ese sonido seco del teléfono, como un portazo—Cortés sale hecho una furia gritando que lo va a "echar a la mierda" a Herrero. Y ahí, en el pasillo, alguien—un anónimo valiente o un cobarde anónimo, según se mire—le responde: "No sabe lo bien que le haría a Bariloche".

La frase queda flotando en el aire como una sentencia.

Pero esto no empezó ayer. Hace unas semanas, en el mismo Llao Llao, ya habían protagonizado otro numerito. Un evento sin catering—el colmo de la mezquindad institucional—los llevó al salón del hotel a comer algo. Cortés pagó, le pidió a Herrero que pusiera la propina. Herrero se negó: "Con lo poco que gano no dejo nada". Lo poco: 2.5 millones de pesos mensuales. La propina en el Llao Llao: 1000 pesos, máximo 10 mil. Un tipo que gana dos millones y medio por mes se niega a dejar mil pesos de propina. La misma canción de siempre, el mismo estribillo de la escasez que suena grotesco cuando se saben los números. Cortés le sugirió que renunciara, empezaron a los gritos ahí nomás, entre manteles almidonados y turistas perplejos, hasta que alguien los separó.

Así son las cosas en Bariloche, primavera 2025: la ciudad más linda de Argentina gobernada por tipos que se pelean por propinas y facturas de luz. Mientras los lagos brillan y las montañas se reflejan en el agua, en el municipio dos funcionarios se gritan como verduleras y la ciudadanía mira, espera, paga impuestos y se pregunta cómo carajo llegamos hasta acá.

La respuesta es simple: llegamos caminando, de a poco, eligiendo siempre a los mismos, esperando siempre algo distinto. La definición perfecta de la locura, aplicada a la política argentina, ensayada una vez más en el paraíso cordillerano.

Herrero sigue siendo secretario de Turismo. Cortés sigue siendo intendente. La deuda sigue impaga, al menos por ahora. Bariloche sigue siendo hermosa.

Todo normal.

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