

Por: Martín Pargade
Ahí estaban todos, o casi todos, los que importan en esta geografía política fragmentada: Martín Soria, el candidato a senador que carga con el peso de un apellido que fue poder en Río Negro; Leandro Costa Brutten, aspirante a diputado nacional y uno de los anfitriones; y María Emilia Soria, la intendenta de Roca que encarna las esperanzas gubernamentales del peronismo para 2027. Un triángulo de poder que intentó mostrar unidad en un espacio que históricamente se devora a sí mismo con la voracidad de los cangrejos.
Algo que solamente es usual en el peronismo cuando hay una victoria enfrente.
Costa Brutten arrancó con retórica de solidaridad: habló de Roxana Ferreira, la concejal que enfrenta embates del intendente Walter Cortés, y pidió cerrar filas. "Si hay una compañera a la que intentan perjudicar, estemos todos juntos, porque me parece que ese es el espíritu del justicialismo", dijo con esa convicción de militante de toda la vida que conoce el valor de cada gesto, de cada palabra que puede sumar o restar en la interna.
Pero fue Martín Soria quien cargó con el peso dramático del discurso, quien logró transformar la bronca en épica, la frustración en esperanza. "Hacía mucho tiempo que no teníamos un encuentro de estas características", arrancó, y era cierto: el peronismo rionegrino parecía haber perdido la capacidad de convocatoria masiva, esa liturgia de las multitudes que alimenta el alma justicialista. Soria habló de desesperanza, de esa "sensación que flota en la Argentina" después de meses de Milei, y construyó su relato sobre la traición: "Muchísimos argentinos que lo votaron a este demente creyendo que iban a cobrar en dólares".
El candidato a senador desplegó entonces esa narrativa que el peronismo maneja como nadie: la del pueblo traicionado, la de los jubilados que eligen entre comer o comprarse los remedios, la de los trabajadores que hipotecan el futuro de sus hijos para poner un plato en la mesa. Y ahí nomás, el salto histórico, la conexión mística con los orígenes: "Perón no se levantó en su casa, se lavó los dientes, se peinó y dijo me voy a escribir un discurso porque hoy a la tarde la rompo en la plaza. Perón se levantó preso, solo y en una isla ese 17 de octubre".
Es el peronismo en estado puro, esa capacidad de conectar el presente miserable con la épica fundacional, de hacer que cada elección sea un 17 de octubre, cada derrota una traición, cada esperanza una revolución. Soria siguió: "Un pueblo desesperanzado un 17 de octubre hace más de 70 años rompió los candados de la aceptancia, pateó la tranquera, levantó los puentes y se fue a la plaza". La multitud aplaudía, gritaba, se reconocía en esa narrativa de resistencia que es, tal vez, de lo que se aferra el justicialismo cuando no gobierna.
María Emilia Soria cerró con la pragmática de quien sabe que las elecciones se ganan con trabajo territorial, no solo con discursos: "Estoy segura que acá en San Carlos de Bariloche tenemos todas las capacidades, todas las cualidades para recuperar esta ciudad. Pero son ustedes los que tienen que trabajar. Así que ahora a trabajar, a trabajar y a trabajar, compañeras y compañeros".
Los tres candidatos coincidieron en el diagnóstico: Río Negro está mal, muy mal. Costa Brutten habló de "escuelas que tienen techos que se llueven, calefacción que no funciona, calabozos de las comisarías llenas de personas". Soria recordó que "desde 1983, desde el retorno de la democracia, el peronismo gobernó solamente 20 días" en la provincia. Veinte días en cuatro décadas. Una estadística brutal que explica la desesperación, la urgencia, la necesidad de mostrar unidad aunque sea por unas horas, aunque sea para una foto.
Los enemigos quedaron claros: Milei, "ese demente"; Weretilneck, "el mentiroso"; Cortés, "el cobarde". La estrategia es vieja pero efectiva: personalizar el conflicto, convertir la política en una batalla entre buenos y malos, entre pueblo y antipueblo. Y ahí, en el cierre, la liturgia completa: la marcha peronista sonando mientras cientos de gargantas gritaban "Karina es coimera" al ritmo de Guantanamera, esa mezcla de himno patrio y canto de cancha que solo el peronismo sabe combinar.
Fue un acto que mostró las dos caras del justicialismo rionegrino: la unidad de ocasión, frágil pero real, y la nostalgia de un poder que se les escapa desde hace décadas, pero que esta vez sienten próximo, su olor, su textura. La pregunta que quedó flotando en el aire de Bariloche es si esta vez será diferente, si lograrán transformar la bronca en votos, la épica en poder. El 26 de octubre tendrán la respuesta, y con ella, tal vez, el destino de un peronismo que necesita urgentemente volver a ganar para no morir de melancolía.