Por: Bache3000
La Libertad Avanza le ganó a todos, o casi. Sacó 40,7 por ciento de los votos a nivel nacional, 9.341.798 votos, para ser precisos, aunque la precisión en política siempre es una trampa. Fuerza Patria quedó segundo con 34 por ciento, 7.815.402 votos, y después ya está el vacío: Provincias Unidas con 7 por ciento, el Frente de Izquierda con 3,9, y así hasta que los números se vuelven anécdota.
Pero los números generales son mentirosos, o al menos incompletos. Lo interesante, lo que de verdad cuenta, está en el territorio, en cómo se mueven las masas de votantes de un lado para otro como si fueran ríos que cambian de cauce. Milei le sacó 1.277.129 votos a su cosecha anterior en Buenos Aires, la provincia que decide todo, la que tiene el padrón más grande, la que marca el pulso del país. También creció en Capital Federal con 405.957 votos más, en Misiones con 223.539, en Entre Ríos con 203.934, en La Pampa con 88.004. Pero perdió en Salta con 53.620 votos menos, en San Juan con 34.918, en Chubut con 27.653, en Neuquén con 7.027, como si el país fuera un tablero de ajedrez donde algunas piezas se mueven para adelante y otras para atrás sin que nadie entienda bien la estrategia.

El peronismo, ese animal de mil cabezas que ahora se llama Fuerza Patria, perdió 434.593 votos en Buenos Aires comparado con las generales del 2023. Perdió 185.954 en Córdoba, 147.012 en Salta, 142.319 en Misiones, 124.285 en Capital. Ganó en Tucumán con 86.745 votos más, en La Pampa con 10.823, en Santa Cruz con 9.704, en Formosa con 9.554, pero ganó poco, migajas, suficiente para decir que no se murió del todo pero no para decir que está vivo.
Y acá es donde hay que detenerse, porque los números esconden algo que la campaña dejó al descubierto con una claridad brutal. La Libertad Avanza, sólo y exclusivamente a través de la figura de Javier Milei, dijo qué era lo que quería hacer con el futuro del país. Mostró respaldo de los Estados Unidos como salida a la crisis de los dólares, de la inflación. Logró contrastar la estabilidad lograda, entre escarbadientes pero estabilidad al fin, con el último gobierno del peronismo, liderado por Alberto Fernández y Cristina Fernández. Del otro lado, sólo se apeló a una frase: frenar a Milei.
Frenar a Milei para qué, esa es la pregunta que el peronismo nunca respondió. ¿A qué país invita el peronismo? ¿Frenar a Milei para que vuelva quién? ¿Cristina? ¿Taiana? ¿Lo que gobernó, mal, y con inflación hace menos de dos años? Todavía no puede ofrecer un futuro que no se parezca a ese 2023. Sobre todo, y en gran parte, porque los rostros siguen siendo los mismos.

Y acá está el nudo de todo esto, lo que explica los números mejor que cualquier análisis sofisticado: miremos el contraste con la elección en donde Axel Kicillof gana, y muy bien, las elecciones en la Provincia de Buenos Aires. Ahí Cristina no se veía en la misma vereda. La sociedad lo detectó. Y envió un mensaje: Kicillof sí, los intendentes sí, Cristina no. Ese pasado no.
La victoria contundente del peronismo en la elección provincial prendió las alarmas para un importante sector de electores que pueden estar sufriendo las políticas económicas de Milei, pero todavía el miedo y la bronca son mucho mayores por ese pasado y ciertos rostros, que lo que significa Milei. El peronismo necesita renovación, pero no sabe cómo hacerla sin traicionarse a sí mismo, sin admitir que tiene que matar a sus propios dioses.
Y después está la geografía del voto, que es siempre la geografía de la esperanza o de la desesperación, según se mire. La Libertad Avanza ganó en 99 municipios de la Provincia de Buenos Aires. Noventa y nueve. Fuerza Patria ganó en 36. Hay algo obsceno en esa diferencia, algo que habla de un mapa pintado de violeta donde antes había celeste y amarillo, donde antes había azul. Los municipios grandes, los del conurbano, los de La Matanza y Lomas de Zamora y Quilmes, esos que siempre fueron bastiones del peronismo, esos donde el voto se organizaba manzana por manzana, puntero por puntero, ahora votaron distinto.

La Matanza es el símbolo perfecto de esto. Milei sumó 51.615 votos respecto a las elecciones anteriores. El peronismo perdió 69.518. Sesenta y nueve mil quinientos dieciocho votos que se esfumaron, que se fueron quién sabe adónde, tal vez al voto en blanco, tal vez a la bronca callada de quedarse en casa, tal vez a la esperanza absurda de que un tipo que grita y agita una motosierra resuelva lo que los otros no resolvieron en décadas.
Pero también está la otra elección, la provincial, esa que se hizo casi al mismo tiempo pero con padrón distinto, con ciudadanos nativos solamente, con reglas distintas. Ahí el peronismo ganó: 47 por ciento contra 34 de La Libertad Avanza. Ahí el mapa se invierte: 100 municipios para Fuerza Patria, 30 para Milei, 4 para Somos, 1 para Hechos. ¿Qué quiere decir eso? Que la provincia vota distinto según qué se esté votando, que hay algo en el juego de las categorías y los padrones que hace que los números bailen de un lado para otro como borrachos en una fiesta.
Y acá aparece otra cosa, algo que se ve tanto en Buenos Aires como en Río Negro, algo que marca una tendencia más profunda que cualquier coyuntura: las gestiones locales salen fortalecidas. La era de la fragmentación nos lleva cada vez más a valoraciones de las gestiones locales, de cercanía. Lo mismo ocurrió en Río Negro. Casi todas las gestiones locales ganaron o realizaron una buena actuación, excepto Bariloche, en donde hubo una catástrofe y quedó desnudo el escaso poder electoral del intendente local.

Lo cierto es que al peronismo rionegrino le alcanzó con la unidad, pero tampoco tira manteca al techo. Necesitará de mucho más para ampliar su base de sustentación si verdaderamente tiene voluntad de poder. Deberá mostrar un camino por la positiva, también. ¿Cuál es la provincia a la que invita a los rionegrinos? Porque hasta ahora sólo se escucha frenar, detener, impedir, como si la política se tratara de ser un dique contra lo que viene y no un río que fluye hacia algún lado.
La participación cayó. 68,2 por ciento en estas legislativas, contra 74,7 en las del 2023. Seis puntos y medio menos no parecen mucho pero son más de un millón de personas que decidieron no decidir, que prefirieron quedarse en casa, que dijeron basta o qué importa o ya no sé. Y eso también es política, o tal vez es lo más político de todo: el hastío, el cansancio, la sensación de que da lo mismo.

Los diputados que se eligen ahora van a cambiar el tablero del Congreso. La Libertad Avanza tendrá 96 bancas, Fuerza Patria 99, y después está el resto, los 22 de otros, los 16 de Provincias Unidas, los 14 del PRO, los 6 de Coherencia, los 4 del Frente de Izquierda. Ninguno tiene mayoría propia, ninguno puede hacer nada solo, y eso significa que todo va a ser negociación, tira y afloje, promesas y traiciones, lo de siempre pero con nombres nuevos.
En el Senado pasa parecido: Fuerza Patria tiene 28 bancas, La Libertad Avanza 20, la UCR 9, el PRO 6, otros 6, Provincias Unidas 3. Treinta y siete bancas para el quórum, 24 para el tercio, y otra vez la aritmética de la impotencia: nadie puede solo, todos necesitan de todos, y así la política se vuelve un juego de alianzas donde lo que se dice públicamente es siempre distinto de lo que se negocia en privado.
En Buenos Aires, esa provincia que es un país aparte, La Libertad Avanza sacó 41,5 por ciento con 3.605.127 votos, y Fuerza Patria 40,9 con 3.558.527. Una diferencia de 46.600 votos en un padrón de más de 13 millones. Casi un empate, pero un empate que vale como victoria porque confirma que el cambio también llegó al territorio sagrado del peronismo.

Pero tal vez lo más interesante, lo que de verdad vale la pena mirar, no sean los números sino lo que los números esconden. Milei creció en los lugares donde el peronismo era fuerte, en el conurbano profundo, en los barrios donde hace 30 años que votan lo mismo y ahora votaron distinto. ¿Por qué? ¿Porque creen en él? ¿Porque ya no creen en nada? ¿Porque la desesperación es tan grande que cualquier cosa parece mejor que lo conocido?
El peronismo, mientras tanto, se repliega a sus bastiones tradicionales: Santiago del Estero con 72,3 por ciento, Formosa con 58,4, Tucumán con 50,6, Catamarca con 45,7, esas provincias del norte donde el poder todavía funciona como funcionaba antes, con gobernadores eternos y maquinarias aceitadas. Pero incluso ahí los números bajan, incluso ahí hay grietas.
Y después está la pregunta de siempre, la que nunca se responde: ¿qué es lo que votó la gente? ¿Votó ideas, votó personas, votó bronca, votó esperanza? Probablemente todo junto, probablemente nada de eso. Probablemente votó como se vota siempre: con la panza, con el miedo, con la memoria de lo que fue y la fantasía de lo que podría ser.
Milei ganó porque dijo hacia dónde iba, aunque ese hacia dónde sea discutible, peligroso, tal vez catastrófico. Pero lo dijo. Mostró un mapa, señaló un rumbo, prometió un destino. El peronismo perdió porque sólo ofreció el freno, la negación, la resistencia. Y la resistencia puede ser heroica, puede ser necesaria, pero no gana elecciones. No gana elecciones porque la gente no vota para que las cosas no pasen, vota para que las cosas pasen, aunque sean las cosas equivocadas.
Estas elecciones legislativas de octubre del 2025 van a quedar en la historia como el momento en que Argentina confirmó que el cambio que empezó en el 2023 no fue un accidente. Que La Libertad Avanza no es un fenómeno pasajero sino algo que llegó para quedarse, al menos por ahora. Que el peronismo, ese animal que siempre resucita, ahora está herido, sangrando, buscando cómo reinventarse una vez más sin saber si tiene fuerzas para hacerlo.
Pero también van a quedar como el momento en que quedó claro que no alcanza con tener razón, con haber sido mejor gobierno en el pasado, con tener mejores ideas sobre el futuro. Hace falta algo más: hace falta poder contarlo, hace falta tener caras nuevas que lo cuenten, hace falta construir un relato que no sea sólo el miedo al otro sino la esperanza de algo propio.
El peronismo bonaerense ganó la provincial con Kicillof sin Cristina en la foto. Perdió la nacional con Cristina en la foto. La ecuación es tan simple que duele. La sociedad está diciendo algo que el peronismo no quiere escuchar: que hay rostros que ya no convocan, que hay pasados que ya no sirven, que hay que animarse a ser otra cosa aunque eso signifique dejar atrás lo que fue un símbolo importante.
Y mientras tanto Milei sigue ahí, con sus 9.341.798 votos, con sus 96 diputados, con su 40,7 por ciento, con su discurso estridente y su motosierra y su promesa de que todo va a cambiar aunque para eso haya que romperlo todo. La gente le creyó, o al menos le creyó más que a los que sólo prometían frenarlo.
Porque al final los números son sólo números, votos que se cuentan y se olvidan, porcentajes que se celebran o se lloran. Lo que importa es lo que viene después: qué va a hacer Milei con ese poder que le dieron, qué va a hacer el peronismo con esa derrota que le clavaron, si va a poder mostrar un camino por la positiva o si va a seguir diciendo sólo no, si va a poder renovar sus rostros o si va a seguir aferrado a los mismos de siempre, si va a poder decir a qué país invita o si va a seguir siendo sólo el guardián de un pasado que la sociedad ya no quiere.
Qué vamos a hacer todos nosotros con este país que sigue siendo el mismo país de siempre, terco, complicado, imposible, nuestro.