domingo 16 de noviembre de 2025 - Edición Nº276

El Bardo de Siempre | 16 nov 2025

EN PELOTAS Y A LOS GRITOS

Gobierno sin rumbo: Cortés destruye en un día lo que construye en otro (y Bariloche paga)

11:05 |Walter Cortés insiste ante la Corte Suprema por un referéndum que la justicia anuló, pero al mismo tiempo ejecuta por "decreto" todo lo que quería consultar, enviando señales contradictorias al pueblo: reclama que no lo dejan hacer, pero va y hace igual. Y encima, hace mal. Después de habilitar Uber como "un paso hacia la libertad", le impone una tasa de casi medio millón de pesos sin marco legal que lo respalde, destruyendo en un minuto lo que había cosechado. A mitad de mandato, los dos mil lotes no aparecen, las mil cuadras pavimentadas están lejos, el tranvía es una broma y el vertedero sigue envenenando barrios. Una gestión sin rumbo, más preocupada por pelear que por hacer, que se grita los goles entre sí mientras afuera se dice otra cosa. El problema de gobernar rodeado de aplaudidores en vez de gente que te diga la verdad.


Por: Bache3000

 

Walter Cortés va, viene, se enoja, promete, reclama, ejecuta, se contradice, avanza, retrocede, acusa. El intendente de la ciudad más poblada de Río Negro parece haber encontrado en el movimiento perpetuo la estrategia de gobierno, como si la velocidad pudiera esconder la falta de rumbo, como si hacer ruido fuera lo mismo que hacer camino. Y mientras tanto, la ciudad lo mira, entre incrédula y cansada, preguntándose si este hombre sabe realmente hacia dónde va o si simplemente está huyendo de algo que no quiere ver: que su gestión es una colección de impulsos sin proyecto, voluntarismo sin arquitectura, gritos sin sustancia.

Hace apenas dos semanas el Superior Tribunal de Justicia le tiró abajo el referéndum que había convocado para el 9 de noviembre. Diez preguntas que iban a resolver todo, decía. La salvación democrática, la consulta al pueblo, el fin de la vieja política. El STJ le dijo lo que cualquiera que haya leído la Carta Orgánica Municipal podría haberle advertido: que se había arrogado facultades que no tenía, que había invadido competencias del Concejo Deliberante, que había actuado en exceso. Pero Cortés no es hombre de aceptar límites. Salió ofuscado a hablar de "la vieja política", de los cinco concejales que frenaban el destino del pueblo, de la justicia que no entendía nada. Y anunció, por supuesto, que apelaría ante la Corte Suprema de la Nación.

Ochenta millones de pesos gastados en capacitaciones y preparativos, tirados. Pero eso es lo de menos. Lo grave es la señal que envía al resto: si no me dejan hacer lo que quiero por las vías institucionales, lo hago igual por "decreto". Y así fue. Apenas pasó el golpe del fallo judicial, Cortés salió a anunciar que haría de todas formas lo que estaba en el referéndum. Que levantaría la prohibición de Uber, que avanzaría con la emergencia habitacional, que seguiría con las obras. Entonces, la pregunta es obvia, demasiado obvia: si podía hacerlo todo por decreto, ¿para qué quería el referéndum? ¿Para qué gastar sesenta millones y tiempo en una consulta popular si era todo una cuestión de voluntad? La respuesta parece ser que Cortés necesitaba el referéndum no para legitimar políticas, sino para legitimarse a sí mismo. Necesitaba la foto del pueblo votando a favor, necesitaba poder decir "el pueblo está conmigo" cuando el Concejo, los jueces, los gremios, los vecinos, empezaran a hacerle notar que no todo es como él dice.

Y ahí está el problema de fondo: Cortés gobierna como si Bariloche fuera un escenario y él el protagonista de una película donde los demás actores están de más. Habla de trabajar juntos, de consenso, de proyecto común, pero sus acciones dicen otra cosa. La decisión más reciente es paradigmática: después de levantar la prohibición de Uber con bombos y platillos, presentándose como el libertador que terminaba con las restricciones de la vieja política, decidió cobrarles a los conductores de aplicaciones casi medio millón de pesos por inscribirse. Cuatrocientos sesenta y cuatro mil quinientos ochenta y cinco pesos, para ser exactos. Una cifra estratosférica que destruyó en un instante todo el capital político que había acumulado con la habilitación.

Pero lo peor no es sólo el monto. Lo peor es que, otra vez, lo hizo sin marco legal. No existe ordenanza que respalde esa tasa, no hay nomenclador que incluya a los conductores de aplicaciones, no hay categoría específica que los regule. Es decir, el municipio les está cobrando por una actividad que, según su propia normativa, no existe. Es como inventar un impuesto al aire y después preguntarse por qué la gente se queja de asfixia. La Resolución 2610-I-2025 es apenas un levantamiento de la prohibición de usar aplicaciones. Después falta todo lo demás. Hacerlo como lom está haciendo, lo que genera no es orden, sino caos. Porque los conductores quedan atrapados en una trampa burocrática: si pagan, desembolsan una fortuna por una inscripción que probablemente no tenga validez legal; si no pagan, corren el riesgo de enfrentar sanciones de un municipio que ya demostró en otras oportunidades su disposición a avanzar sobre los contribuyentes sin demasiadas consideraciones sobre la legalidad de sus actos.

Y mientras tanto, el mercado del transporte se rompe. Ni los taxistas ni los remiseros están contentos, porque la competencia masiva los ahoga. Ni los que quieren trabajar con Uber están contentos, porque la tasa los vuelve inviables. Nadie gana, todos pierden, y Cortés parece no entenderlo. O peor, parece no importarle. Porque lo que le importa es la épica, el gesto, la foto. Decir "yo habilité Uber", aunque después lo vuelva imposible. Decir "yo consulté al pueblo", aunque la consulta no se haga. Decir "yo hago obras", aunque las obras no alcancen.

Porque ahí está el otro tema. Cortés asumió prometiendo dos mil lotes, mil cuadras pavimentadas, un tranvía que ya es más leyenda urbana que proyecto real. A mitad de su mandato, los números no le dan. Los lotes no aparecen, las cuadras pavimentadas están lejos, muy lejos, y el tranvía bueno, el tranvía es casi una broma que se hace en los cafés. El vertedero sigue ahí, en el mismo lugar, contaminando, envenenando, matando de a poco a los barrios que lo rodean. Y todo parece indicar que seguirá ahí, tal y como está. Porque Cortés prometió en junio que para fin de año habría una solución, pero ya nadie le cree. Porque el vertedero de Bariloche es más viejo que muchos de sus habitantes, y ha sobrevivido a todos sus intendentes. Lleva más de cuarenta años ahí, declarado en emergencia desde 2011, con fecha de cierre fijada para diciembre de 2023 que nunca se cumplió, clasificado entre los cincuenta más contaminantes del mundo por la International Solid Waste Association. Y sigue ahí, envenenando el aire, el agua, el suelo, la vida de miles de familias.

El transporte público sigue llevándose dinero de las arcas municipales sin que se discuta un rediseño que le sirva a los usuarios. La descentralización quedó muerta, atada a mover edificios de lugar, la nada misma. Los problemas de tránsito, que todavía no estallan porque la temporada no empezó, se acumulan como bombas de tiempo. Y Cortés sigue con su lista de obras, tachando lo que hizo y lo que no, como si gobernar fuera ir al supermercado. Pero un conglomerado de obras no hace a un proyecto, no marca rumbo. Es mero voluntarismo. Es hacer por hacer, sin pensar para qué, sin pensar hacia dónde.

Porque Bariloche hoy necesita otra cosa. Necesita discutir qué ciudad quiere ser en esta reconfiguración de la matriz productiva de la provincia. Necesita pensar cómo aprovecha su capacidad para atraer inversiones en todo lo que rodea al polo científico-tecnológico y las economías del conocimiento. Necesita resolver los graves problemas de tránsito, pensar la ciudad de verdad, con proyecto, con visión, con norte. Pero Cortés no va a resolver eso con el gabinete que tiene, con la impronta que tiene su gestión, más preocupada por pelear que por hacer. Una gestión que se grita los goles entre sí, sin escuchar que afuera se dicen otras cosas. Hay otra mirada, otra percepción.

Y ahí está el drama. Cortés habla tanto de trabajar juntos por Bariloche, pero no hace lo propio. Cuando el Concejo opositor presenta un proyecto para regular Uber, él lo frena. Cuando la justicia le dice que no puede convocar un referéndum así, él insulta a los jueces. Cuando los vecinos le dicen que el vertedero es un problema, él promete soluciones que nunca llegan. No es capaz de acordar, de consensuar, de construir con otros. Porque para construir con otros hay que escuchar, y Cortés solo se escucha a sí mismo. O peor, solo escucha a los que le dicen que es Gardel y Le Pera juntos, a los que viven del halago, a los que lo aplauden aunque todo se esté cayendo a pedazos.

Ahora se acerca la mitad de su gobierno, y los balances son inevitables. El problema es hacerlo rodeado de gente que te diga la verdad, y no que sos el mejor. Porque la verdad, esa que Cortés parece no querer ver, es que su gestión no tiene rumbo. Que es pura reacción, puro impulso, puro grito. Que las contradicciones se acumulan hasta volverse insoportables: reclama que no lo dejan hacer, pero va y hace igual; dice que quiere consultar al pueblo, pero después gobierna por decreto; habla de libertad, pero cobra tasas confiscatorias; promete obras, pero no las termina; grita contra la vieja política, pero hace exactamente lo mismo que criticaba.

Y todo esto abona al descontento social, al caos, al mal clima. Porque la gente percibe las contradicciones, siente la falta de rumbo, ve que detrás del ruido no hay proyecto. Y eso es lo peor que le puede pasar a un gobierno: que la gente deje de creerle. Que cada promesa sea recibida con escepticismo, que cada anuncio genere desconfianza, que cada obra nueva sea vista como el preludio de un nuevo problema. Cortés llegó al poder como el hombre nuevo, el que iba a cambiar todo, el que no era político profesional. Y tal vez ese sea su problema: que no es político profesional, pero tampoco es otra cosa. Es apenas un hombre apurado, gritando en el vacío, esperando que el ruido tape el silencio de un proyecto que nunca existió.

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