Por: Bache3000
Herrero había estacionado mal su Vento, un auto que no pertenece al municipio, justo en plena Carrera de las Mil Millas, ese evento que supuestamente él mismo está promoviendo desde su secretaría, y una inspectora municipal, cumpliendo con su trabajo —ese trabajo que consiste precisamente en controlar que todos, absolutamente todos, respeten las normas de tránsito— le estaba labrando el acta de infracción cuando Herrero apareció frente a su vehículo.
Lo que vino después fue el espectáculo predecible pero no por eso menos grotesco: el funcionario empezó a gritarle, a los gritos, como si la inspectora hubiera cometido algún crimen imperdonable al hacer exactamente lo que debe hacer con cualquier ciudadano común. "¿No sabés quién soy yo? ¿Quién carajo te pensás que sos? ¿No ves que estoy laburando?", le gritaba Herrero, y uno quisiera pensar que hay algo de humor involuntario en esa última frase, porque justamente la inspectora también estaba laburando, precisamente eso estaba haciendo, pero claro, para Herrero su trabajo de funcionario público parece otorgarle una especie de inmunidad, un pase libre que lo exime de las reglas que él mismo, desde su cargo, debería estar garantizando que todos respeten.
La situación escaló de tal manera que la agente municipal terminó haciendo una exposición en la Comisaría Segunda, ese paso que uno da cuando ya no se trata solo de una discusión sino de algo más grave, cuando hay que dejar asentado lo que pasó, cuando el maltrato y los gritos cruzan una línea que obliga a actuar formalmente, porque también los trabajadores municipales tienen derecho a hacer su trabajo sin ser avasallados, sin ser humillados, sin que nadie les grite en plena calle como si fueran culpables de aplicar las mismas normas que rigen para todos.
Porque eso es lo que resulta más difícil de digerir en esta historia: no solo que un funcionario se sienta por encima de la ley, que ya es grave, sino que lo haga justo en el marco de un evento que su propia secretaría organiza, estacionando mal en el momento en que la ciudad se llena de gente, de turistas, de visitantes que vienen a participar de las Mil Millas, y que probablemente esperan encontrar una ciudad ordenada, con autoridades que den el ejemplo.
La inspectora, mientras tanto, hizo lo que tenía que hacer, lo que haría con cualquiera, porque su trabajo no consiste en reconocer jerarquías sino en aplicar las ordenanzas municipales, y uno quisiera que eso fuera suficiente, que todos entendiéramos que ante la ley no hay secretarios ni inspectores, solo ciudadanos, pero Herrero eligió otro camino, el del grito, el de la prepotencia, el de esa pregunta que es más una amenaza que una consulta: "¿no sabés quién soy yo?"
Y uno piensa: sí, Herrero, sabemos quién sos, sos el secretario de turismo de Bariloche, y justamente por eso tu reacción es todavía más grave, porque vos, más que nadie, deberías estar dando el ejemplo, mostrando que las reglas son para todos, que no hay privilegios, que la función pública es un servicio y no una patente de corso para hacer lo que se te dé la gana. Pero elegiste el camino contrario, el camino del funcionario que se cree por encima de todo y de todos, y ahora la imagen que queda es la de un secretario de turismo gritándole a una trabajadora municipal que solo hacía su trabajo, una imagen tan violenta que la obligó a ir hasta la comisaría a hacer la denuncia correspondiente, y esa imagen, lamentablemente, dice mucho más sobre el estado de las cosas que cualquier discurso oficial sobre transparencia o respeto institucional.