lunes 08 de diciembre de 2025 - Edición Nº298

El Bardo de Siempre | 30 nov 2025

INFORME DE DOSNUEVEVEINTE

Río Negro en cuatro economías: el mapa productivo que revela las asimetrías de la provincia

Río Negro es, en apariencia, una provincia. Pero en lo económico, es un archipiélago de territorios desconectados que funcionan con lógicas productivas radicalmente distintas. General Roca, Cipolletti, Viedma y Bariloche comparten bandera, gobernador y legislatura, pero poco más. Cada una responde a un modelo de desarrollo diferente, con capacidades, fragilidades y dependencias que no se articulan entre sí. Todo esto, y más, está detallado en el informe de DosNueveVeinte, al que accedió Bache3000.


Por: Bache3000

Uno viaja por Río Negro y encuentra cuatro países distintos. O cuatro economías que fingen ser una provincia, dicho groseramente. O una provincia que decidió, hace tiempo, no mirarse al espejo. Porque si lo hiciera, si se atreviera a verse, tendría que admitir algo incómodo: que Viedma gobierna lo que no produce, que Roca produce lo que no gobierna, que Cipolletti ni siquiera sabe bien de qué provincia es, y que Bariloche hace tiempo que dejó de anclarse al resto.

Podríamos llamarlo federalismo. Podríamos llamarlo desarticulación. Podríamos, también, callarnos y seguir como si nada. Que es lo que se viene haciendo. Todo eso está en el informe de DosNueveVeinte. Una mirada que, la menos, invita a pensar sobre el presente y el futuro de la provincia.

General Roca tiene 7,02 puntos en el Índice Federal de Fortaleza Productiva. Eso, en cristiano, significa que es el único lugar de la provincia donde la economía se sostiene en algo más denso que el sueldo público o la esperanza de que suba el petróleo. Tiene industria alimentaria, metalmecánica, logística, servicios. Tiene, sobre todo, algo que escasea en este país: gente que produce cosas que otros necesitan comprar.

Uno camina por Roca y ve galpones, empresas de transporte, talleres, frigoríficos que ya no son lo que fueron pero siguen ahí, como cicatrices de cuando acá se hacían cosas. La manufactura alimentaria y la metalmecánica ocupan el treinta por ciento del empleo privado. El comercio y la logística, otro treinta y cinco. Los servicios profesionales, un quince. El resto, veinte. Números que en otro país serían aburridos, acá son una rareza: una ciudad que no depende del Estado ni de un solo precio internacional para subsistir.

Pero Roca tiene un problema: no gobierna. La provincia se decide en Viedma, a cuatrocientos kilómetros, donde la economía es el Estado y el Estado es la economía. Las rutas llevan a Neuquén, no a la capital. El Alto Valle mira al Comahue, no a la costa. Y Roca, mientras tanto, produce. Como si eso fuera suficiente. Como si la economía y la política fueran dos cosas distintas.

Cipolletti saca 5,20 en el índice. Está en el medio, que es el peor lugar donde estar: ni tan arriba como para celebrar, ni tan abajo como para que alguien se compadezca. Es una ciudad rara, Cipolletti. Está en Río Negro, pero vive de Neuquén. Tiene bandera rionegrina, intendente rionegrino, escudo rionegrino. Pero su economía es neuquina.

El treinta y cinco por ciento del empleo es servicios profesionales, técnicos, empresariales. Todo vinculado, de una forma u otra, a Vaca Muerta. Otro quince por ciento depende directamente del sector energético. El comercio suma treinta, la industria apenas diez, la logística otro diez. Es una economía de servicios, pero no para sí misma: para Neuquén. Cipolletti es el suburbio de una ciudad que ni siquiera le pertenece.

Cuando a Neuquén le va bien, a Cipolletti le va bien. Cuando Neuquén frena, Cipolletti frena. No tiene autonomía. Es una ciudad partida, literalmente, entre dos provincias. Y nadie parece tener ganas de resolver esa esquizofrenia institucional. Porque resolverla implicaría admitir que Río Negro, en rigor, no sabe qué hacer con Cipolletti. Ni Cipolletti con Río Negro.

Viedma tiene 2,95 puntos. Es una de las ciudades más débiles del índice nacional. Y es la capital de la provincia. Esa paradoja resume, mejor que cualquier análisis, la Argentina en la que vivimos.

Más del cincuenta por ciento del empleo en Viedma es estatal. Administración pública, organismos descentralizados, ministerios, secretarías, subsecretarías. El comercio suma veinticinco por ciento. Los servicios personales, quince. La industria es marginal. Las actividades privadas que generan valor agregado, casi inexistentes. Viedma es una ciudad donde el Estado se emplea a sí mismo para administrar una provincia cuya economía real está en otro lado.

Uno podría decir que eso es un problema. O podría decir que es una decisión. Porque Viedma fue elegida capital por razones que poco tenían que ver con la economía. Fue un acto político, una definición territorial, una apuesta geográfica. Pero las apuestas geográficas, cuando no vienen acompañadas de economía, terminan siendo esto: una ciudad bonita, tranquila, con edificios públicos y sueldos estatales. Una capital sin ciudad.

Cuando el Estado nacional se expande, Viedma crece. Cuando se contrae, Viedma se hunde. Pasó en 2001. Pasó en 2018. Pasará cada vez que algún presidente decida que hay que achicar el gasto. Porque una economía que depende del Estado no es una economía: es un subsidio con bandera.

Bariloche quedó fuera del índice porque tiene más de cien mil habitantes (explica el informe). Pero si estuviera adentro, sacaría 5,50. Un puntaje medio, tirando a bajo. Que no refleja ni remotamente lo que es Bariloche. Porque Bariloche no se mide con índices de complejidad productiva. Bariloche es otra cosa.

Es una ciudad que genera plata. Mucha plata. Turismo internacional, hotelería premium, gastronomía de alta gama, marcas globales, INVAP. Tiene científicos de punta, tecnología aeroespacial, capacidad exportadora en servicios del conocimiento. Tiene todo lo que una ciudad debería tener para ser un polo de desarrollo. Menos una cosa: estructura.

Porque el cuarenta por ciento del empleo en Bariloche es turismo y hotelería. Otro veinticinco, gastronomía y comercio. Quince, servicios personales. La industria es marginal. La ciencia y la tecnología, aunque sofisticadísimas, ocupan un espacio chico. No derrama. No estructura. No sostiene. Bariloche es una ciudad donde conviven el lujo y la precariedad, el ingreso altísimo y la desigualdad brutal, el prestigio internacional y la fragilidad interna.

Y es, también, una ciudad que hace rato dejó de mirar a Viedma. Bariloche mira a Buenos Aires, a Santiago de Chile, a los mercados europeos. Su identidad no es rionegrina: es turística, patagónica, global. Cuando uno habla con gente de Bariloche, no hablan de la provincia. Hablan de la temporada, del dólar, de las cenizas, de la nieve. Hablan como si fueran un país aparte. Y, en cierto modo, lo son.

Bariloche es próspera, pero no es sólida. Genera ingresos, pero no desarrollo. Tiene complejidad científica, pero no tiene tejido productivo. Es una ciudad rica por ingresos y pobre por estructura. Y esa contradicción la vuelve vulnerable. Pandemia, cenizas, restricciones cambiarias, crisis internacional: cualquier shock externo la golpea más fuerte que a Roca, que tiene músculo industrial. Porque el turismo es volátil. Y la volatilidad, tarde o temprano, pasa factura.

Uno podría pensar que una provincia es un territorio unificado. Que tiene una estrategia común, una dirección compartida, un plan que articula sus ciudades. Río Negro no tiene nada de eso, afirma el informe. Río Negro es una ficción administrativa que contiene cuatro economías distintas, cuatro lógicas políticas distintas, cuatro identidades territoriales distintas. Y ninguna articulación entre ellas.

Roca produce, pero no gobierna. Viedma gobierna, pero no produce. Cipolletti depende de Neuquén. Bariloche dejó de depender de alguien hace rato y ahora depende del mundo. Y entre esas cuatro ciudades no hay puentes, no hay sinergias, no hay complementariedad. Hay, a lo sumo, una ruta que las conecta físicamente. Pero físicamente no alcanza.

La estructura vial rionegrina no converge hacia Viedma: converge hacia Neuquén. El Alto Valle está más integrado con el Comahue que con la costa. Bariloche está más cerca de Chile que de Viedma. Y Viedma, en el medio de todo eso, administra papeles. Porque para eso fue creada: para ser capital. No para ser ciudad.

Ahora bien, uno podría pensar que esto es un problema exclusivo de Río Negro. Una particularidad provincial, una anomalía regional. Pero no. Río Negro es una síntesis. De la Argentina que produce y no gobierna. De la Argentina que gobierna y no produce. De la Argentina que depende de afuera. De la Argentina que hace de cuenta que es un país cuando en rigor es un archipiélago de economías que no se hablan entre sí.

El Índice Federal de Fortaleza Productiva analiza veintinueve ciudades argentinas de menos de cien mil habitantes. Mide complejidad productiva, salarios privados, diversificación sectorial, contexto social. Y lo que encuentra es esto: que Argentina tiene capacidad productiva real fuera de Buenos Aires, pero esa capacidad está fragmentada, desequilibrada, invisible. Como Río Negro, pero a escala nacional.

General Pico, en La Pampa, lidera el índice con 7,67 puntos. Villa María, en Córdoba, saca 7,6. Ambas tienen industria, logística, agroindustria tecnificada, servicios profesionales. No dependen de un solo commodity ni de un régimen de promoción. Construyeron densidad productiva a lo largo de décadas. Y cuando llegó la crisis de 2008, aguantaron. Porque tenían tejido. Porque tenían red. Porque tenían economía, no solo circulación.

General Pico combina industria metalmecánica, servicios avanzados, agro eficiente y logística regional. No es un polo subsidiado: es un polo construido. Villa María tiene una de las estructuras más diversificadas del país. Reconquista, San Francisco, Concepción del Uruguay, Gualeguaychú: todas ciudades del centro del país, todas con complejidad productiva acumulada, todas con una característica: producen donde no hay renta. Y eso las convierte en el mejor punto de apoyo para un federalismo real.

Son ciudades como Roca, pero sin la desgracia de tener que compartir provincia con Viedma. O con Bariloche. O con Cipolletti. Son ciudades que, de alguna forma, lograron que la economía y la política coincidieran. O al menos no se estorbaran demasiado.

En el otro extremo están las ciudades patagónicas de alta renta extractiva. Ushuaia saca 7,43, pero no por productividad: por el Régimen de Tierra del Fuego. Cuando la política nacional cambió las reglas en 2017, la economía local entró en turbulencia. Río Gallegos y Cutral Co dependen del petróleo. Tienen salarios altísimos y estructuras frágiles. Cuando cambia el precio internacional, colapsan. Cuando cambia la política nacional, colapsan. Porque no tienen economía: tienen renta. Y la renta es volátil.

El Calafate vive del turismo internacional, como Bariloche. Rawson, Trelew, Esquel, Chos Malal: todas ciudades patagónicas, todas con salarios altos, todas con la misma fragilidad. Son valiosas, sí. Pero no son estables. No son la base sobre la que se construye un país. Son, más bien, la excepción que confirma la regla: que la prosperidad sin estructura no dura.

Luego están las intermedias: Goya, Oberá, San Martín de Mendoza, Rivadavia en San Juan, Tartagal. Funcionan, pero no escalan. Tienen privado, pero sin densidad. Son ciudades que podrían ser como Roca, pero no lo son. Podrían ser como General Pico, pero no lo son. Están en el medio, ese lugar incómodo donde uno no sabe si está subiendo o bajando. Son el grupo más movible del índice: con políticas adecuadas pueden subir de tipo. Sin ellas, se estancan. Son, también, la oportunidad real del federalismo productivo. Pero la oportunidad, en Argentina, suele ser sinónimo de desperdicio.

Y abajo de todo están las capitales administrativas. Tafí Viejo, Palpalá, Orán. Y Viedma. Ciudades que viven del Estado y se hunden cuando el Estado se achica. Que no generan valor agregado. Que no sostienen empleo privado. Que son, en el fondo, una decisión política que nunca se tradujo en economía. Como Viedma, pero sin el mar.

El cruce regional lo confirma: el centro del país concentra la complejidad productiva no metropolitana. La Pampa, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos. Es el único bloque donde Argentina sostiene valor agregado sin renta. La Patagonia es salarialmente alta pero estructuralmente frágil. Sus ciudades dependen de shocks globales, de decisiones políticas nacionales, de precios internacionales. El Noroeste es la región más vulnerable: estructura estatal más informalidad más baja complejidad. El Nordeste es una frontera económica con potencial de complejización, pero sin políticas sistemáticas que lo aprovechen.

Y Río Negro, en ese mapa, es una síntesis perfecta. Tiene su núcleo productivo robusto en Roca, como el centro del país. Tiene su enclave híbrido en Cipolletti, dependiente de lo que pase al lado. Tiene su capital administrativa débil en Viedma, como Tafí Viejo o Palpalá. Y tiene su excepción turístico-científica en Bariloche, como Ushuaia o El Calafate. Cuatro modelos, cuatro lógicas, cuatro economías. Pero ninguna articulación.

Uno podría decir que esto es culpa de los gobiernos. O de la falta de planificación. O de la historia. O de la geografía. O de lo que sea. Pero en el fondo es otra cosa: es la decisión de no mirarse. Porque mirarse implica admitir que no hay provincia. Que no hay articulación. Que no hay estrategia común. Que hay, nomás, inercia. Y la inercia, en Argentina, se llama tradición.

Roca seguirá produciendo. Viedma seguirá administrando. Cipolletti seguirá dependiendo de Neuquén. Bariloche seguirá mirando al mundo. Y entre todas seguirán fingiendo que son una provincia. Como General Pico seguirá produciendo, y Ushuaia seguirá dependiendo del régimen fueguino, y Viedma seguirá siendo la capital de nada, y Argentina seguirá fingiendo que es un país.

Hasta que algún día, quizás, alguien se atreva a preguntar: ¿y si dejáramos de fingir? ¿Y si admitiéramos que esto no funciona? ¿Y si, en lugar de seguir así, probáramos algo distinto?

Pero para eso habría que mirarse. Y mirarse, en Argentina, siempre fue más difícil que seguir como si nada.

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