Por: Bache3000
Catalina Enevoldsen estaba en Bondi Beach. Es barilochense. Vive en Sydney ahora. Su casa queda a quince minutos de la playa.
Estaba allí con amigos. "Estábamos con amigos en la playa Bondi Beach, que es un lugar muy hermoso y popular en la ciudad", dice. Hermoso y popular. Esas palabras.
Entonces alguien los invitó a una fiesta. Decidieron ir. Se fueron de la playa.
"Nos fuimos de la playa un rato antes de que comenzaran los disparos, sólo porque alguien nos invitó a una fiesta y decidimos ir, sino hubiéramos estado allí."
Esa decisión menor—ir a una fiesta—la salvó.
Eran las 6:40 de la tarde. Hora de Australia. Justo el horario en que Bondi Beach está llena. Miles de personas. Familias. Turistas. Surfistas. Y cientos celebrando Janucá en un evento llamado "Chanukah by the Sea". Música, familias, niños.
La playa estaba llena. Como siempre está llena Bondi Beach a esa hora.
Catalina ya no estaba.
Entonces empezaron los disparos.
Dos hombres armados. Apuntando desde un puente. Apuntando hacia el festejo judío.
Los videos se viralizaron rápido. Muy rápido. Personas corriendo. Personas ensangrentadas. El pánico. El caos.
En uno de los videos se ve a un hombre que se arroja sobre uno de los atacantes. Lo reduce. Le quita el arma.
Un héroe.
Este hombre es el que más tarde terminó muerto.
Doce muertos. Veintinueve heridos. Uno de los atacantes abatido. El otro detenido, en estado crítico.
Las autoridades australianas lo llamaron "atentado terrorista antisemita".
"Cuando fui a mi casa, que queda a unos 15 minutos del lugar del tiroteo, me preparé para salir, y cuando iba por la calle empecé a ver muchos patrulleros."
Patrulleros. Muchos patrulleros.
"Algo inusual en una zona que siempre es muy tranquila."
Después llegaron los mensajes de WhatsApp.
"En ese momento, empezaron a llegar mensajes de WhatsApp en donde avisaban lo que estaba pasando. Hablaban de un tiroteo, pero era algo increíble, difícil de imaginar."
Increíble. Difícil de imaginar.
Las palabras que uno usa cuando no tiene otras palabras.
Hay una frase que Catalina dice y que resume todo: "La sensación de empezar a preguntar a tus amigos si están bien es tremenda."
Esa sensación. Tremenda.
"Hubo amigos míos que estuvieron a 50 metros de los disparos. Uno de ellos no entendía al principio qué pasaba, hasta que otro amigo le grita que corre, y por supuesto todos empezaron a correr."
Cincuenta metros. Un amigo que no entiende. Otro que grita: corre. Y todos corren.
Otro amigo de Catalina vio el horror.
Un hombre con el brazo destrozado. Le pusieron un torniquete. Niños ensangrentados. Gente corriendo. Confusión. Miedo.
Eso es lo que vio.
El horror no es una palabra. Es un hombre con el brazo destrozado. Son niños ensangrentados. Es gente que corre sin saber hacia dónde.
Los que disparaban estaban en el puente. El puente frente a la playa.
"Quienes disparaban estaban apostados en la zona del puente que está frente a la playa, y disparaban a la zona donde estaba el festejo de Janucá. No disparaban a otra cosa."
No disparaban a otra cosa.
"De hecho, varias personas se acercaban a los que disparaban y estos los echaban. Tenían un objetivo claro, además del enfrentamiento con la policía. No disparaban a otra cosa."
Lo repite. No disparaban a otra cosa.
Un objetivo claro.
Después fue ir a buscar amigos.
"Empezamos a ir a buscar amigos y amigas. Una amiga trabaja enfrente del lugar de los disparos, en un restaurante. La fuimos a buscar. A su novio también. Todo te pone en un estado de alerta."
Todo te pone en un estado de alerta.
Eso es lo que pasa. Uno empieza a buscar. A preguntar. A confirmar que los otros están bien. Porque si no están bien, entonces nada está bien.
Sydney se transformó en otra ciudad.
"Existe una especie de estado de sitio en la ciudad. No hay nadie en la calle. Se escuchan patrullas, helicópteros. Y las calles están vacías y los pocos que caminan, caminan con el miedo de pensar que todo podría volver a ocurrir."
Helicópteros. Calles vacías. Miedo.
Mañana, dicen las autoridades, todo funcionará con normalidad.
Catalina no lo cree. O lo cree a medias.
"Mañana, parece, todo funcionaría con normalidad. Una normalidad que va a costar volver a encontrar."
Al final, Catalina dice algo que resume todo. Algo que es una pregunta pero también una certeza.
"Ahora todos nos preguntamos si estamos seguros en este lugar."
Si estamos seguros.
En este lugar.
En cualquier lugar.
Este es el ataque antisemita más grave en Australia. Pero no es el primero. En diciembre de 2024, una sinagoga en Melbourne. En octubre del mismo año, un café kosher en Bondi. Incendios provocados. El gobierno australiano acusa a Irán.
El primer ministro habla de terrorismo. El presidente de Israel habla de antisemitismo. Todos hablan.
Catalina también habla. Cuenta.
Cuenta que estuvo en la playa. Que se fue. Que volvió a su casa, a quince minutos. Que empezó a ver patrulleros. Que llegaron los mensajes. Que empezó a preguntar si sus amigos estaban bien.
Que un amigo vio un hombre con el brazo destrozado. Niños ensangrentados. Confusión. Miedo.
Que los videos se viralizaron. Que había un héroe. Que ese héroe murió.
Que esa sensación es tremenda.
Para Catalina Enevoldsen y miles de residentes de Sydney, el domingo 14 de diciembre de 2025 quedará marcado. Como el día en que el terror llegó a Bondi Beach. Como el día en que una celebración de paz se transformó en tragedia.
Como el día en que ella estaba en la playa.
Como el día en que decidió irse.
Y esa decisión menor, insignificante, la salvó.