martes 16 de diciembre de 2025 - Edición Nº306

El Bardo de Siempre | 15 dic 2025

DE BARILOCHE A LA NASA

Jorge Nahuelpan: Un egresado de la escuela técnica pública que conquistó el espacio

Jorge Nahuelpan creció en Bariloche desarmando juguetes para entender cómo funcionaban. Estudió en el CET 2, la vieja ENET 1, y cumplió el sueño de trabajar en INVAP, donde durante 15 años integró satélites como los ARSAT, SAOCOM y SAC-D/Aquarius. Hoy vive en Colorado y trabaja en Skyloom, desarrollando terminales de comunicación láser para satélites. Cuarenta y dos de esas terminales que ayudó a construir están ahora en órbita. Esta es la historia de un técnico formado en la escuela pública argentina que llegó al más alto nivel de la industria aeroespacial mundial.


Por: Bache3000

Imagine la escena: un niño de doce años en el patio de una casa en Bariloche, sobre el piso de cemento, con un auto a control remoto desarmado frente a él. El motor eléctrico abierto, las piezas dispersas, las manos sucias de grasa, la concentración absoluta de quien no está jugando sino tratando de entender cómo funciona el mundo. Ese niño es Jorge Nahuelpan, hijo de un bancario y de una ama de casa, de una familia común donde nadie tenía formación técnica, pero en él había algo que lo empujaba a desmontar juguetes para ver qué había adentro, para tocar con las manos el misterio de las cosas que se mueven solas.

Bariloche es una ciudad donde el viento sopla desde el lago y donde INVAP tiene una presencia que es mucho más que industrial: es casi mitológica. Para los pibes de la escuela técnica, trabajar ahí era el horizonte, la prueba de que desde el sur del mundo se podía construir tecnología de primer nivel, satélites que iban a orbitar la Tierra, reactores nucleares, radares. "Yo estaba en la escuela secundaria y pensaba: yo quiero trabajar ahí", recuerda Jorge. Estudió en el CET 2, la vieja ENET 1, esa escuela pública que durante décadas formó técnicos con las manos entrenadas y la cabeza despierta. Cuando entró a INVAP, no lo vivió como conseguir un empleo sino como llegar a un lugar que había imaginado desde la adolescencia. "INVAP es sinónimo de tecnología de punta, pero también de orgullo, de demostrar que desde una ciudad como Bariloche se pueden hacer cosas al más alto nivel mundial."

Lo que aprendió ahí no está en los manuales. Rubén, a quien todos llamaban "el viejo", le enseñó los detalles finos de la integración mecánica de sistemas satelitales, ese oficio silencioso y preciso que consiste en ensamblar componentes que después van a despegar en un cohete y no van a poder ser reparados nunca más. "Él me enseñó los detalles finos de este tipo de trabajo, esos que no están en los manuales y que hacen la diferencia cuando lo que estás construyendo va a terminar en el espacio." La primera vez que entró a un cuarto limpio sintió algo parecido al vértigo. "Recuerdo muy fuerte esa primera vez: el nivel de control, los procedimientos, la conciencia permanente de que cada tornillo y cada ajuste importan."

En el espacio no hay margen para el error, y esa conciencia estaba presente en cada gesto, en cada procedimiento repetido hasta la perfección. "En INVAP el error es parte del aprendizaje, como en cualquier ámbito técnico, pero al mismo tiempo es un rubro donde prácticamente no hay margen para equivocarse. Lo que construís no se puede reparar una vez que está en órbita."

Trabajó en el SAC-D/Aquarius, un proyecto conjunto con la NASA y el JPL, en los satélites ARSAT-1 y ARSAT-2, en los SAOCOM 1A y 1B, en el SABIA-Mar. Cada uno era un universo técnico completo, meses o años de integración meticulosa, de pruebas redundantes, de ensayos que simulaban el vacío del espacio, las vibraciones del lanzamiento, las temperaturas extremas de la órbita. Jorge pasó más de quince años en INVAP, construyendo satélites con las manos, aprendiendo que el trabajo espacial es un equilibrio extraño entre el arte y la ingeniería, entre la intuición y el protocolo.

Pero después de la pandemia algo cambió. No fue repentino, fue más bien una inquietud que crecía despacio, la sensación de que había mundos técnicos que no conocía, empresas que trabajaban a otro ritmo, con otras lógicas de producción. "Sabía que el tipo de conocimiento que había adquirido era requerido en otros países, pero no fue una decisión inmediata. Hubo dudas, como las hay siempre: dejar el país, la familia, los amigos. Pero la inquietud y la necesidad de explorar eran más grandes." Cuando apareció la oportunidad de trabajar en Estados Unidos, la tomó.

Hoy Jorge vive en Colorado y trabaja en Skyloom, una empresa dedicada al desarrollo de terminales de comunicación láser para satélites. Su trabajo ha cambiado de escala pero no de esencia: ya no arma satélites completos sino instrumentos específicos que van dentro de ellos. "Yo en este momento no trabajo en armado de los satélites, sino que trabajo en instrumentos que van dentro de los satélites, específicamente en terminales de comunicación láser. Es una tecnología que todavía está en desarrollo, no algo que hoy use directamente la gente, pero que va a permitir que los satélites se comuniquen entre sí de forma mucho más rápida y eficiente. Eso, a futuro, impacta en la calidad y velocidad de muchos servicios que usamos todos los días, aunque no siempre se vean." Cuarenta y dos de esas terminales —en cuya integración participó— están funcionando ahora mismo en órbita, transmitiendo datos a velocidades que antes eran impensables. Hay una segunda tanda que se va a lanzar en los próximos meses.

El ritmo de trabajo es distinto al de INVAP. "Es un entorno muy dinámico, con ritmo de producción, distinto a INVAP, donde cada proyecto era prácticamente un tiro único y todo se redundaba y ensayaba una y otra vez para que saliera perfecto." En Skyloom la producción es continua, hay que entregar terminales que cumplan especificaciones técnicas altísimas pero en tiempos de startup, con la presión de los plazos y los inversores.

Adaptarse no fue solo una cuestión técnica. "En lo personal, adaptarse a Estados Unidos también fue un desafío. Me sostuvo mucho la curiosidad, el desafío constante y la sensación de progreso. La gente es muy amable, muy correcta, aunque también más distante." Los domingos a veces extraña los asados, las charlas largas, el desorden cálido de las reuniones familiares. "Los domingos a veces se extrañan los almuerzos familiares, los amigos, las fiestas. Pero también me sorprendí a mí mismo: adaptándome, resolviendo cosas cotidianas, haciendo amigos, construyendo una vida en un entorno completamente nuevo."

Esta historia forma parte de algo más: es el registro de una historia que merece ser contada, la de un pibe de Bariloche que estudió en una escuela técnica pública y hoy integra hardware que orbita la Tierra.

Lo que hace Jorge es invisible para la mayoría de la gente. Cuando un satélite se lanza, lo que se celebra es el despegue, la misión científica, los datos que va a recopilar. Nadie piensa en las manos que ensamblaron cada componente, en los técnicos que pasaron meses en salas limpias ajustando tornillos con precisión micrométrica, alineando instrumentos que no pueden fallar porque en el espacio no hay repuestos ni service técnico.

"Mi trabajo se centra en una parte poco visible pero crítica de las misiones espaciales: la integración mecánica y la alineación de componentes de alta precisión que, una vez lanzados, no admiten correcciones. Es el trabajo que garantiza que un satélite funcione correctamente en órbita desde el primer momento", dice.

Cuando Jorge habla de su trabajo, no lo hace con grandilocuencia sino con la precisión de quien sabe exactamente lo que hace y por qué importa. Dice que lo que aprendió en Argentina, en INVAP, trabajando con Rubén y con tantos otros técnicos formados en la tradición espacial argentina, fue la base de todo lo que hace hoy. Que esa escuela pública del sur, el CET 2, le dio las herramientas para llegar hasta acá. "No vengo de una familia técnica, pero desde chico tuve una curiosidad muy fuerte por entender cómo funcionaban las cosas. Me acuerdo de desarmar juguetes, sobre todo los que tenían motores eléctricos o control remoto, e inventar cosas nuevas."

Hay algo en esta historia que habla de un país que forma gente capaz de trabajar al más alto nivel internacional, y también de un país que no siempre puede retenerla. Jorge no se fue por despecho ni por resentimiento, se fue porque la inquietud era más grande que el miedo, porque quería ver qué había del otro lado, porque la oportunidad estaba ahí y él decidió tomarla. Hoy construye terminales de comunicación láser en Colorado, pero sigue siendo el pibe de Bariloche que desarmaba autos a control remoto para entender cómo funcionaba el motor. Sigue siendo alguien que cree que la técnica es una forma de ver el mundo, que cada tornillo importa, que la precisión es una ética. Y sigue siendo, también, alguien que lleva en las manos el orgullo de haber estudiado en una escuela pública argentina y de haber trabajado en proyectos que demostraron que desde el sur del mundo se pueden hacer cosas extraordinarias.

Hay cuarenta y dos terminales orbitando la Tierra en este momento, y en cada una de ellas hay algo del trabajo de Jorge Nahuelpan, de lo que aprendió en Bariloche, de lo que le enseñaron en INVAP, de esa tradición técnica argentina que sigue viva aunque esté dispersa por el mundo. Es una historia de superación, sí, pero también de lealtad: lealtad a un oficio, a una forma de trabajar, a la idea de que lo que uno hace con las manos puede llegar muy lejos, incluso al espacio.

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