sábado 20 de diciembre de 2025 - Edición Nº310

El Bardo de Siempre | 20 dic 2025

ADMINISTRAR LA URGENCIA

Entre el consenso y la resignación: un presupuesto para sobrevivir

09:52 |La Legislatura aprobó el presupuesto provincial con una unanimidad que esconde más de lo que revela. Entre el consenso y la crítica, los legisladores ensayaron ese ejercicio extraño de acompañar con reservas, como quien firma un documento que no termina de leer.


Por: Bache3000

Hay algo profundamente teatral en el ritual presupuestario, y la sesión del jueves en la Legislatura de Río Negro lo confirmó con esa unanimidad que nadie terminó de creer del todo. Todos levantaron la mano en general, es cierto, pero cuando llegó el momento de los artículos particulares —esos detalles incómodos que revelan la letra chica de cualquier acuerdo— las grietas comenzaron a mostrarse con la precisión de una radiografía.

Facundo López, desde el oficialismo, intentó el tono conciliador de quien sabe que está defendiendo algo imperfecto pero necesario. "Si el presupuesto está bien o mal hecho lo evalúan los rionegrinos en cada elección", dijo, con esa lógica circular que convierte todo debate en un mero trámite hacia las urnas. Y después vino la pregunta retórica, esa que nadie responde porque no tiene respuesta: "¿Qué parte del presupuesto eliminaría cada legislador para cumplir lo que desearía?". Es el recurso clásico: si no tienen una solución mejor, acepten la que hay.

La respuesta, claro, no vino en forma de propuestas alternativas sino en forma de críticas fragmentadas, de observaciones que se acumulaban como capas de pintura sobre una pared ya descascarada. Porque el problema no es que falten ideas —de hecho, hubo propuestas: desde la técnica de "presupuesto base cero" que sugirió Ibarrolaza hasta el pedido de Mansilla de modificar la ley impositiva— sino que todas esas ideas chocan contra una realidad más dura: no hay plata, o la que hay no alcanza, o la que alcanza se usa mal, dependiendo de a quién se le pregunte.

Pero lo fascinante de esta sesión no fue lo que se dijo a favor del presupuesto —las cifras sobre superávit, las inversiones proyectadas, los datos macroeconómicos que cualquiera puede leer en la fundamentación de Yauhar— sino lo que se reveló en las críticas superpuestas, en ese mosaico de disconformidades que, sumadas, componen el retrato de una provincia navegando en aguas turbulentas con un mapa que nadie termina de confiar.

Están los que acompañan "por responsabilidad institucional", como Berros, quien en la misma intervención advierte que esto no es "un aval al rumbo del gobierno provincial ni mucho menos un cheque en blanco". Están los que votan a favor pero piden que "se afloje con los gastos superfluos", como si la austeridad fuera algo que se puede sugerir educadamente en una sesión legislativa. Y están los que directamente dicen que lo descripto en el presupuesto "no se condice con la realidad", como Delgado Sempé, pero igual acompañan el proyecto en general porque, bueno, ¿qué otra cosa se puede hacer?

La pregunta se repite en variaciones: ¿qué otra cosa se puede hacer? Es el mantra de esta época, la justificación última de toda decisión política que no termina de convencer a nadie. Y quizás ahí radica el verdadero drama de esta sesión: no en las cifras del presupuesto sino en la resignación colectiva que subyace a cada voto positivo.

El contexto nacional aparece una y otra vez como el gran villano de esta historia. Es Milei, es la reducción de la coparticipación, es el desmantelamiento de organismos públicos, es la paralización de la obra pública. López lo resumió con una frase que podría bordarse en un almohadón: "Tenemos más responsabilidades que antes, pero con menos recursos". Y así, la discusión provincial termina siendo un apéndice de la discusión nacional, una nota al pie en el gran experimento libertario que se está llevando a cabo en Buenos Aires.

Belloso lo expresó con más diplomacia al valorar "la búsqueda de coincidencias y acuerdos, sin chicanas", pero terminó su intervención criticando al gobierno nacional por la paralización de la obra pública. Bernatene habló de "acompañamiento crítico a la gobernabilidad", que es una manera elegante de decir: no nos gusta pero lo vamos a apoyar igual. Spósito fue más sincera: confesó su dificultad para acompañar el presupuesto pero aclaró que votará en positivo por "responsabilidad institucional y un compromiso con los intendentes de la misma fuerza política".

Hay una honestidad brutal en esa confesión, porque revela el mecanismo interno de la política: se vota no por convicción sino por lealtad, no por los números sino por las personas, no por el futuro sino por el presente inmediato de mantener en pie una estructura que, de otra manera, se vendría abajo.

Pero hay algo más en este debate, algo que tiene que ver con una tensión irresuelta entre el discurso y la práctica. Ahí está, por ejemplo, esa reducción del 60% en el impuesto a la luz y el gas que el oficialismo vende como un gran beneficio popular y que García, del PJ, califica directamente como "una estafa". Los números son claros: para una boleta de 100 mil pesos, el alivio sería de apenas mil pesos, mientras que el costo fiscal para la provincia supera los 6.300 millones. Es política simbólica, gesto electoral, esa clase de medidas que suenan bien en un comunicado de prensa pero que pierden brillo cuando uno hace la cuenta.

Y es ahí donde el debate se vuelve más interesante, porque lo que está en juego no son solo números sino narrativas. El oficialismo necesita demostrar que hace algo por la gente, aunque ese algo sea insignificante. La oposición necesita denunciar que ese algo es insuficiente, aunque al final vote a favor del presupuesto que lo contiene. Y los ciudadanos, mientras tanto, reciben sus boletas de luz con mil pesos menos y tienen que decidir si eso cuenta como una victoria o como una burla.

Y después está el tema del endeudamiento, que atraviesa todo el debate como un fantasma incómodo. Se autoriza deuda para repavimentar rutas, para gestión de residuos, para proyectos hídricos y parques solares, y todos parecen estar de acuerdo en que es necesario, pero cuando llega el momento de votar el artículo 49 —que permite usar 90.000 millones de pesos de nueva deuda para gastos corrientes— varios bloques votan en contra. Es la contradicción de época: necesitamos endeudarnos pero no queremos endeudarnos, o al menos no de esa manera, no para eso.

Lacourt fue clara al respecto: votó positivamente la ley fiscal pero en contra del artículo que permite modificar alícuotas de ingresos brutos hasta en un 30%, y rechazó los artículos que autorizan usar fondos específicos para gastos corrientes y la nueva deuda de 90.000 millones. Es el ejercicio político del sí pero no, del acompaño pero me reservo el derecho de disentir en lo importante.

Juan Martin, del PRO, lo expresó con una claridad brutal: "Este presupuesto administra la urgencia, no el futuro de Río Negro". Y tiene razón, aunque quizás no se dé cuenta de que esa frase no es una crítica sino una descripción perfecta de cómo funciona la política en este momento histórico. No hay planificación a largo plazo, no hay grandes visiones, solo la gestión de lo inmediato, el parche sobre el parche, la improvisación elevada a método de gobierno.

Y en esa administración de la urgencia se pierden cosas importantes. Ibarrolaza lo mencionó casi de pasada: consideró "un acto de irresponsabilidad política" incrementar la masa salarial y el gasto en pauta oficial mientras los servicios esenciales están colapsados. Son esas observaciones que quedan flotando en el aire del recinto, que nadie refuta pero que tampoco nadie parece dispuesto a corregir.

Odarda fue más allá y denunció "sueldos congelados" para trabajadores estatales, enfermeros que cobran por debajo de la línea de pobreza, distribución inequitativa de obras públicas que castiga a municipios de diferente signo político. Son las acusaciones de siempre, quizás, pero cobran un peso distinto cuando vienen acompañadas de números: reducción del 76% en fondos nacionales para escuelas técnicas, cierre de escuelas rurales, megaproyectos mineros que generarían apenas 4 millones de dólares anuales en regalías sobre inversiones de 250 millones.

Los datos están ahí, en las planillas anexas que Doctorovich revisó con atención de contador: reducción en la cantidad de obras, proyectos en ejecución desde 2015, ciudades más beneficiadas que casualmente coinciden con el signo político del gobierno provincial. No hace falta ser un genio para detectar el patrón, pero tampoco hace falta ser cínico para entender que así funciona la política desde siempre.

Frei lo dijo sin vueltas: Viedma decide, administra y concentra estructura, pero no produce turismo. Es la vieja discusión entre el interior productivo y la capital administrativa, entre los que generan recursos y los que los distribuyen, entre los que sienten que aportan más de lo que reciben y los que sienten que sostienen una estructura que beneficia a otros.

Y en medio de todo esto, los números fríos: 3.315.697.137.907 pesos de presupuesto total, incremento del 38% en recursos, del 37.66% en gastos, proyección de superávit, reducción del stock de deuda en moneda extranjera del 39.41%. Cifras que Yauhar desgranó con prolijidad técnica, como si los números pudieran ocultar las tensiones políticas que los sostienen.

Porque al final, como observó García, el presupuesto se basa en proyecciones macroeconómicas del gobierno nacional que pocos creen: inflación del 10%, crecimiento del consumo. Son las bases sobre las que se construye todo el edificio presupuestario, y si esas bases fallan —como probablemente lo harán— habrá que volver a improvisar, a ajustar, a renegociar sobre la marcha.

Lo que queda, al final, después de seis horas de debate (o las que hayan sido), es una sensación de precariedad generalizada. No es que el presupuesto sea malo en sí mismo —de hecho, varios legisladores reconocieron su coherencia técnica, su ordenamiento fiscal— sino que parece diseñado para administrar la decadencia con la mayor dignidad posible. "Río Negro necesita orden, planificación y respeto por el esfuerzo de los rionegrinos", dijo Juan Martin en su cierre, y uno no puede evitar pensar que ese reclamo quedará flotando en el aire legislativo, repitiéndose año tras año, sin encontrar nunca una respuesta satisfactoria.

Hubo, es cierto, algunos intentos de mirar hacia adelante. Pilquinao destacó la importancia de la obra pública como generadora de empleo, mencionó el hospital de Sierra Colorada anunciado en 2023, presupuestado en 2024 y todavía sin ejecución en 2025. Stupenengo expresó preocupación por el tema de las adicciones, que cuenta con apenas el 0.03% del presupuesto. Picotti se enfocó en el recurso humano del sistema de salud, ese aspecto clave que nunca aparece con suficiente claridad en los presupuestos.

Son voces que intentan señalar problemas específicos, carencias concretas, pero que al final terminan diluyéndose en el consenso general, en ese voto positivo que todos justifican de maneras diferentes pero que al final es el mismo: sí, con reservas, con críticas, con advertencias, pero sí.

La unanimidad del jueves, entonces, no fue un triunfo del consenso sino su derrota. Todos votaron que sí porque todos saben que no hay alternativa, porque el Estado necesita funcionar aunque sea a media máquina, porque la responsabilidad institucional obliga a sostener lo que no se cree del todo. Y quizás eso sea lo más zambraniano de toda esta historia: ese gesto de acompañar con reservas, de firmar con la mano mientras la cabeza dice otra cosa, de participar en un ritual que ya nadie siente como propio pero que tampoco nadie se atreve a abandonar.

Porque abandonar sería admitir que el sistema no funciona, y admitir que el sistema no funciona sería tener que imaginar otro sistema, y imaginar otro sistema requiere una energía política y una convicción colectiva que nadie parece tener en este momento. Entonces queda esto: votar presupuestos que no convencen, defender leyes impositivas con beneficios simbólicos, autorizar endeudamientos necesarios pero preocupantes, y esperar que el año que viene sea un poco mejor que este, o al menos no peor.

Es el realismo político llevado a su expresión más cruda: no se trata de construir el futuro ideal sino de evitar que el presente se desmorone. No se trata de tener razón sino de tener gobernabilidad. No se trata de convencer sino de administrar. Y en esa administración de lo posible, entre los pliegues de los artículos votados en contra y los acompañamientos con reservas, se escribe la verdadera historia de la política rionegrina en estos tiempos: la historia de quienes votan lo que no creen porque no tienen, o no quieren, otra alternativa.

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