Por: Bache3000
Es 24 de diciembre, víspera de navidad, y Bariloche se prepara para embeberse en alcohol. En unas horas más las familias se reunirán alrededor de mesas llenas de comida que costó medio sueldo, fingiendo que se quieren, fingiendo que no se odian un poco, fingiendo que mañana todo será diferente. Los que tienen suerte ya tienen los regalos envueltos en papel brillante esperando bajo el árbol. Los chicos están eufóricos, sin poder dormir, imaginando qué mierda les traerá Papá Noel esta vez. Los adultos están cansados, ansiosos, preguntándose cómo carajo van a pagar la tarjeta en enero.
Otros ya empezaron a emborracharse temprano. En los bares del centro, en las casas de los barrios, en las orillas del lago donde nadie los vea. Tratarán de olvidarse de las deudas, de los trabajos que no consiguen, de los alquileres que no pueden pagar, de los hijos que no ven, de las parejas que se fueron. Imaginarán mundos posibles donde todo esto no existe, donde hay dignidad, donde hay futuro, donde hay algo más que sobrevivir hasta el próximo mes. Es normal. Siempre fue así. La nochebuena es para los que pueden darse el lujo de creer en algo.
¿Les parece poco optimista?
Cerca de la medianoche empezará el estruendo. Los forros que tiran pirotecnia sin importarles nada ni nadie. Los perros aullarán de terror, los gatos se esconderán bajo las camas temblando, los veteranos de Malvinas se taparán los oídos tratando de no volver a 1982, los bebés llorarán sin consuelo, los autistas se descompensarán, y ellos seguirán tirando luces de colores al cielo como si fuera un derecho sagrado hacer sufrir a medio mundo por su diversión de mierda. En esta ciudad seca, rodeada de bosques que arden con una mirada, tirando fuego al aire como si no pasara nada, como si el verano pasado no nos hubiéramos quedado sin luz, sin agua, sin aire para respirar. Pero qué importa. Es víspera de navidad y hay que festejar aunque se prenda fuego todo.
Habrá familias perfectas posando para Instagram con sus árboles de tres metros y sus pavos importados. Habrá borrachos llorando en las esquinas por amores que se fueron hace veinte años. Habrá un tipo tratando de arregrar las luces del arbolito a las once de la noche mientras su mujer le grita que es un inútil. Habrá chicos que esta noche descubrirán que Santa Claus (...) y sentirán que algo se rompe para siempre. Habrá viejos solos comiendo pan dulce frente al televisor, acordándose de cuando la casa estaba llena y todos estaban vivos. Habrá empleadas domésticas sirviendo la cena en casas ajenas mientras sus propios hijos cenan solos en algún barrio del alto. Habrá turistas filmando todo con sus celulares para demostrar que existen. Y habrá, como siempre, el tío borracho diciendo barbaridades en la esquina de la mesa, ese que lleva tres vinos encima y empieza con que los políticos son todos chorros, que las mujeres de ahora no son como las de antes, que en su época sí se trabajaba de verdad, mientras todos hacen como que no lo escuchan y los pibes se ríen por lo bajo y la tía le tira indirectas que él no capta porque ya está en otro planeta.
Y habrá gente genuinamente feliz, también, aunque cueste creerlo. Habrá besos sinceros, abrazos que significan algo, palabras que salen del fondo del pecho. Sí, ese mundo también existe (se pensaban que íbamos a tirar mala onda?).
Lo más loco de todo es que estamos festejando acá, en este punto luminoso perdido en el mapa de Argentina, un punto más entre miles, una mancha de luz que nadie recordará cuando ya estemos todos pudriéndonos en un ataúd. Bariloche, San Carlos de Bariloche, ciudad que existe porque alguien decidió que acá se podía vivir entre lagos y montañas, ciudad que nació de la nada y que volverá a la nada cuando todo esto termine. Y acá estamos, esperando la medianoche para celebrar el nacimiento de un tipo que murió hace dos mil años, en otro continente, en otro mundo, como si eso tuviera algo que ver con nuestras vidas de mierda y nuestros problemas reales.
Pero tal vez, justamente por eso, tenga sentido. Porque volver a nacer como lo hizo Cristo es volver a empezar. Es la promesa de que se puede, de que no todo está perdido, de que mañana podemos ser diferentes. Y tal vez eso sea lo que necesitamos en esta ciudad bendita y maldita entre las montañas: renacer, empezar de nuevo, dejar de ser lo que somos y empezar a ser aquello que soñamos. O tal vez, más simple todavía, dejar de ser hipócritas. Dejar de decir que nos importa el prójimo mientras cagamos al de al lado. Dejar de hablar de comunidad mientras cada uno se rasca con sus propias uñas. Dejar de exigir honestidad mientras mentimos en cada palabra.
Porque la empatía escasea en el mundo, tanto como el oro o el petróleo. Más, incluso. Es más fácil encontrar un diamante que encontrar a alguien que te mire a los ojos y te pregunte cómo estás de verdad. Vivimos en la época del sálvese quien pueda, del que no llora no mama, del todo me chupa un huevo. Y nos quejamos de eso, pero no estamos dispuestos a cambiar nada. Y en eso nos convertimos: en islas, en búnkeres, en fortalezas donde nadie entra porque nadie quiere salir lastimado. Pero así no se puede vivir. Así solo se sobrevive, y sobrevivir no es suficiente.
Desde Bache3000 queremos decirles gracias. Gracias a todos los que nos permitieron nacer, a los que nos bancan cuando decimos lo que hay que decir, a los que comparten nuestras notas aunque les cueste, a los que entienden que esto es necesario. Gracias incluso a los que quisieron matarnos, a los que intentaron callarnos, a los que pensaron que con amenazas y presiones nos íbamos a quedar en silencio. Porque cada vez que nos quisieron quebrar, renacimos. Cada vez que nos quisieron enterrar, volvimos. Y acá seguimos, diciendo las cosas que sinceramente queremos decir cuando las decimos, sin filtro, sin miedo, sin hipocresía.
Esta noche, cuando se sienten a esa mesa, cuando brinden con sidra barata o champagne caro, cuando se abracen por compromiso o por amor, hagan algo por nosotros, por ustedes, por esta ciudad que nos contiene: miren a su alrededor. Miren a sus amigos, a sus seres queridos, a su familia. Mírenlos como si fuera la última vez que los van a ver. Porque tal vez lo sea. Porque la vida es un parpadeo, un suspiro, un instante que se nos escapa entre los dedos. Y díganles lo más hermoso que puedan decir en este mundo. Díganles que los aman, que son importantes, que su existencia significa algo. Eso, en definitiva, es lo único que importa. Todo lo demás —el dinero, el trabajo, el estatus, las apariencias, los rencores, las peleas estúpidas— se pudrirá con nosotros cuando ya no estemos. Solo queda el amor que dimos, las palabras que dijimos, los gestos que hicimos. Eso es todo. No hay más.
Feliz nochebuena, Bariloche. Feliz nochebuena a los que tienen y a los que no tienen. A los que festejan y a los que lloran. A los que creen y a los que dejaron de creer. A todos. Porque acá estamos todos, en este punto luminoso del fin del mundo, tratando de encontrarle sentido a todo esto, tratando de no morir antes de tiempo, tratando de ser un poco mejores que ayer.
Y eso, carajo, eso ya es bastante.