Por: Bache3000
La elección legislativa de octubre no fue simplemente el hecho político más relevante de 2025 en Río Negro, sino su metáfora más precisa. Mientras el sistema político discutía candidaturas, estrategias y relatos, una parte decisiva de la sociedad quedó del otro lado del vidrio, mirando pero sin entrar.
Los números del escrutinio definitivo, leídos sobre el total del padrón y no solo sobre los votos válidos emitidos, condensan ese clima con una claridad incómoda. El 37% de los rionegrinos habilitados para votar no participó del proceso o lo hizo sin validar ninguna opción. Ausentismo, votos en blanco y nulos conformaron la primera minoría política de la provincia, y no se trata de un gesto de enojo episódico sino de una forma de relación con el poder que se viene consolidando en el tiempo.
Frente a ese dato masivo, el resto del mapa se achica de manera dramática. La Libertad Avanza aparece como primera fuerza entre los partidos, pero representa apenas a poco más del 21% del padrón total. Fuerza Patria ronda el 18%, mientras que el oficialismo provincial de Alberto Weretilneck queda reducido a un escuálido 16%. El poder se reparte siguiendo las reglas formales de la democracia, pero sobre un suelo social cada vez más angosto. Se gobierna, se legisla, se administra, pero sin multitud que respalde esas acciones con su participación activa en el proceso electoral.
Los números de la desafección son brutales en su contundencia, y casi cuatro de cada diez rionegrinos le dan la espalda explícitamente al sistema político. La imagen discepoliana de la ñata contra el vidrio dialoga con la amarga realidad estructural de Río Negro, donde casi siete de cada diez empleos privados se concentran en ramas de baja complejidad y bajos salarios según relevó un informe especial de DosNueveVeinte sobre el mercado laboral patagónico, los salarios estatales que funcionan como columna vertebral del ingreso provincial vienen siendo ajustados en términos reales de manera persistente, licuados por inflación y acuerdos a la baja, y el propio Estado reconoce un modelo económico que exporta sin transformar, recauda gravando consumo interno y no genera un entramado productivo capaz de ofrecer horizonte.
La serie histórica que va de 2019 a 2025, sistematizada por Santos a partir de los escrutinios definitivos de la Justicia Nacional Electoral, muestra un corrimiento estructural que no admite lecturas complacientes. En 2019, con un padrón de 563.382 electores, la desafección total llegaba al 36,8% mientras la primera minoría política alcanzaba el 30,3% con el Frente de Todos como fuerza ganadora. Para 2021, en plena pandemia, el ausentismo se disparó hasta el 36,6% y la desafección total trepó a un histórico 40,7%, con Juntos Somos Río Negro como primera fuerza pero representando apenas al 25,1% del padrón.
En 2023 hubo una recuperación parcial de la participación que llevó la desafección total al 31,7%, y Unión por la Patria ganó con el 22,4% del padrón. Ahora, en 2025, con 616.451 electores habilitados, la desafección vuelve a trepar hasta el 37,82% mientras La Libertad Avanza encabeza el ranking partidario pero con un piso histórico de apenas 21,3% del padrón total. La tendencia marca con claridad que mientras la desafección se consolida como primera minoría estructural, la fuerza ganadora cae sistemáticamente en su capacidad de representación efectiva sobre el conjunto de la sociedad.
Ese es el núcleo del balance que deja 2025 para Río Negro. La provincia cerró el año con una democracia formalmente estable pero socialmente vaciada. No hubo crisis institucional, ni estallido fiscal, ni ruptura del orden constitucional. Hubo algo más silencioso y quizás más peligroso a largo plazo, que es la retirada de una parte sustantiva de la sociedad del contrato político básico. La gente no rompió el vidrio ni salió a protestar masivamente a las calles. Simplemente se quedó del otro lado, mirando con creciente indiferencia un espectáculo que siente cada vez más ajeno a sus necesidades concretas y sus expectativas de vida.
Según la consultora viedmense, el oficialismo provincial aparece como el primer responsable de ese deterioro progresivo de la legitimidad democrática. Weretilneck conserva el control del Ejecutivo y mantiene su influencia sobre la Legislatura, pero gobierna en fase defensiva, sin capacidad de expansión territorial o simbólica. Su liderazgo ya no expande el perímetro del consenso social sino que apenas administra lo que queda de él. El ciclo que durante años combinó orden político, control territorial y eficacia electoral llegó a un límite claro que la elección legislativa de octubre exhibió sin piedad. Los comicios no lo derrotaron en términos administrativos ni le quitaron las herramientas de gestión, pero lo dejaron sin piso simbólico, sin narrativa capaz de interpelar a una mayoría social que ya no se siente representada por su proyecto político.
Pero la desafección electoral que marca el año 2025 no es solo un problema del oficialismo provincial. También expone con crudeza la impotencia de una oposición que no logró convertir el desencanto social en proyecto político alternativo. La Libertad Avanza capturó parte del malestar difuso que recorre la sociedad rionegrina, especialmente en los sectores urbanos más golpeados por el ajuste económico, pero no logró organizar ese malestar en una propuesta coherente de transformación provincial. Fuerza Patria retuvo a nivel nacional su núcleo duro de adhesiones en ciertas zonas del interior y en algunos segmentos del conurbano, pero no pudo ampliar su base social ni construir una narrativa capaz de interpelar a los sectores que dejaron de participar del proceso electoral. El resto del arco político permaneció desorientado, más pendiente de señalar los errores del gobierno que de imaginar concretamente una provincia distinta, con otro modelo productivo y otra forma de distribuir las oportunidades de desarrollo.
La política rionegrina llega al final de 2025 con las cuentas más o menos en orden, las instituciones funcionando según los protocolos establecidos y el poder distribuido formalmente según las reglas de la democracia representativa. Lo que no tiene, lo que perdió progresivamente en estos años, es pueblo. No en el sentido épico de las grandes movilizaciones históricas, sino en el sentido básico y elemental de tener una mayoría social que se sienta parte del proceso político, que crea que votar sirve para algo, que confíe en que la política puede cambiar las condiciones materiales de su existencia cotidiana.
Gobernar con el 16% del padrón electoral total no es una anomalía legal ni constituye una violación de las normas constitucionales, pero sí representa una señal histórica de agotamiento que no debería ser ignorada. Cuando el piso de legitimidad democrática se hunde de esta manera, cuando casi cuatro de cada diez ciudadanos habilitados para votar deciden no participar o anular su voto, el problema ya no es la oposición política ni la coyuntura económica desfavorable. El problema es el modelo completo, un sistema que dejó de producir adhesión social genuina y solo administra supervivencia institucional sin proyecto colectivo de futuro.
La gente no se fue de la política porque descrea en abstracto de la democracia como sistema de gobierno. Se fue porque la democracia concreta que existe en Río Negro dejó de hablarle, dejó de ofrecerle algo más que la reproducción mecánica de una estructura de poder que no cambia las condiciones materiales de la vida. Y mientras el sistema político discute entre sí, ajusta las planillas de Excel del presupuesto y recicla relatos gastados que ya no interpelan a nadie, afuera se acumula silenciosamente una mayoría social que ya no espera nada, que dejó de creer que la política pueda ser una herramienta de transformación y mejora colectiva.
La pregunta que deja 2025 como interrogante abierto para el futuro inmediato, según plantea el análisis de DosNueveVeinte, no es quién va a ganar la próxima elección ni qué alianzas se van a tejer en el tablero político provincial. La pregunta de fondo es si alguien, desde algún lugar del arco político rionegrino, va a animarse de una vez a abrir la puerta de la política antes de que el vidrio explote, antes de que la desafección silenciosa se transforme en estallido abierto, antes de que sea demasiado tarde para reconstruir un contrato social que permita gobernar con legitimidad democrática real y no solo con formalidad institucional vacía de contenido popular.