

Por: Bache3000
Durante la mañana, organizaciones de derechos humanos realizaron la tradicional pintada de pañuelos blancos en el Centro Cívico. La acción generó tensión tras la instalación de vallas alrededor de la estatua de Julio Roca por parte de las autoridades municipales.
Walter Cortés, el intendente, observaba desde lejos. Sus advertencias sobre no tocar el monumento se diluyeron entre los manifestantes que, con decisión serena, terminaron cubriendo la estatua. Era apenas el prólogo de una jornada que prometía ser intensa.
A las 17 horas, la ciudad cambió. Las calles del centro se transformaron en un mar de pañuelos blancos, banderas y carteles. Sindicatos, organizaciones de derechos humanos, partidos políticos y agrupaciones sociales confluyeron en una marcha que superó todas las expectativas.
Las consignas contra el gobierno de Javier Milei resonaban con la misma potencia que los reclamos de memoria, verdad y justicia. Cada paso era un desafío, cada grito un testimonio. Los manifestantes no solo marchaban, parecían escribir con sus cuerpos una historia que se resiste a ser olvidada.
La columna principal avanzó por el centro de Neuquén como un río imparable. Banderas de organizaciones de derechos humanos ondeaban junto a las de sindicatos y agrupaciones políticas. La diversidad de la marcha era su mayor fortaleza: jóvenes con veteranos, trabajadores con estudiantes, todos unidos por un mismo reclamo.
Los testimonios se multiplicaban. "Seguimos de pie, seguimos exigiendo memoria", decía una pancarta. Otra recordaba a los 30.000 desaparecidos. La marcha no era solo un acto de conmemoración, era una declaración política y ética.
El cielo gris parecía ser un telón de fondo perfecto para esta jornada de memoria. Las calles, testigos silenciosos de décadas de historia, se llenaban de voces que reclamaban justicia.
Cuando cayó la tarde, la ciudad había hecho más que marchar. Había reafirmado su compromiso con la memoria, desafiado el olvido y dejado claro que la lucha continúa.